El oportunista
Estaba pasada la media noche, y deambulaba al acecho entre
las sombras de «la ciudad vieja». Llevaba más de tres días sin echarse nada a
la boca, y el hambre y la sed lo impulsaban a la desesperación. Ya no le
importaba qué y se volvía descuidado.
Un golpe de suerte, un hombre mayor cruzó la calle tranqueando con una visible cojera. Era su
oportunidad, no se escaparía y por fin cenaría ese día. Comenzó a seguirlo con
cautela hasta hallar el lugar oportuno para abalanzarse sobre su víctima. El
momento llegó cuando lo vio dirigirse hacia el parque; era un atajo para
cruzar la ciudad, aunque en la noche no muchos optaban por esa opción, ya que
estaba mal iluminado. Debía de ser un hombre valiente.
Veloz y sigiloso como un felino se abalanzó sobre él. El hombre a pesar de no esperárselo reaccionó bien, y se defendió con bravura, hasta que pudo ver mejor a
su adversario; los ojos sangrientos y los enormes colmillos brillaban a la luz
de la luna. Sus ojos se abrieron como platos y su corazón palpitaba desbocado.
Su cerebro pensaba a una velocidad vertiginosa, ¿qué hacer para deshacerse de su
atacante?, entonces echó mano al pecho y de debajo de su
camiseta sacó una cruz. El vampiro al verla saltó hacia atrás horrorizado, escondiéndose de nuevo en las
sombras.
Jadeando se sentó en el suelo, su corazón seguía latiendo
encabritado, cuando de repente se echó mano al pecho y se retorció de dolor
ante el infarto. En ese momento el vampiro, observando el momento de debilidad,
saltó sobre él y aprovechó la oportunidad para hincarle los
colmillos en el cuello. Qué rica le supo la cena.
© C. R. Worth
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