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Friday, July 17, 2015

Peligro de extinción





Peligro de extinción

Llegó un momento en el que todo el mundo, como en los cuentos de hadas, comenzaron a comer perdices cuando se sintieron felices; y entonces llegó la sociedad protectora de animales, los de Green Peace, los amigos de las perdices, los de los cultos satánicos, y todos aquellos que aman la miseria humana abogando por las pobres perdices que estaban en peligro de extinción. Las protegieron, y ya nunca más nadie pudo ser feliz otra vez.


© C. R. Worth

Thursday, July 16, 2015

La primera en la frente





La primera en la frente

Todo había terminado, estaba hastiada de la vida, y sobre todo ya no creía en el amor, la compasión o decencia humana. El amor era una mentira, y juraba que nunca más, y como no creía en su existencia, jamás arriesgaría otra vez su corazón y se volvería a enamorar. Sobre todo estaba muy segura de lo que quería; si alguna vez considerara una nueva relación, el listón iba a estar muy alto, ya que no cometería jamás los mismos errores.
Nunca se le ocurriría estar otra vez con un hijo único, mimado y egoísta; solo consideraría a alguien que pensara como ella, un conservador políticamente hablando, que fuera católico, a alguien con un doctorado como mínimo en su nivel de educación, un médico o un abogado con mucho dinero sería lo ideal. Amante de la música clásica y la opera, que no roncara, y que fuera un tío macho musculoso lleno de testosterona y no un lloricas.
Entonces conoció a Ronald, y supo lo que era la decencia, la compasión y el altruismo. Bastante mayor que ella, con barriga cervecera, Ronny no tenía donde caerse muerto, no terminó sus estudios en la universidad, era protestante, hijo único y un maldito liberal. Renegaba de la opera y la música clásica; daba verdaderos conciertos con sus ronquidos, solo escuchaba música popular, y para colmo era un romántico empedernido, de los de cenas a la luz de las velas, y de lágrima fácil con «chick flicks».
No podía ser más antagónico a ella y todo lo que se había puesto como meta, si se le ocurría volver a salir con alguien; y a pesar de eso, nunca se había enamorado más profundamente de nadie. Entonces comprendió el verdadero significado de «nunca jamás», del «de este agua no beberé» y de «la primera en la frente», porque solo tienes que renegar de algo para que el universo entero conjure en tu contra, y te pruebe que estás equivocado.


© C. R. Worth

Sunday, July 5, 2015

Galatea




Galatea

Recuerdo cuando por primera vez sus manos me rozaron, estaba en su estudio, y suavemente fue palpando todos mis contornos. Cerraba sus ojos y con esa dócil caricia podía vislumbrar mi verdadero yo, mi alma escondida.
Tenía en su mente la mujer que quería que fuera, y que sin él saberlo era como yo siempre había sido, escondida en los múltiples niveles de ropajes que me envolvían.
Era apasionado, y primero comenzó a desnudarme con fuerza viril, con arrebato, arrancando a grandes trozos mis vestiduras, hasta que poco a poco se entreveían mis formas, mis curvas sensuales que él tanto deseaba acariciar en mi total desnudez.
Mis ojos estaban velados, y todavía no podía ver con claridad, pero la tensión de sus músculos desnudos, brillando con la capa de sudor, me hacía desearlo más. Su respiración era entrecortada por el esfuerzo y podía sentir su aliento jadeante cerca de mí, excitado por la anticipación de verme desnuda.
Ya quedaba menos para alcanzar su objetivo, y fue cuando se volvió más delicado, despojándome poco a poco de cada veladura. Antes de dedicarse de pleno a mi cuerpo, quiso ver mi rostro sin tapujos, y con ternura removió aquello que ocultaba mis facciones; y luego con dulzura aplicó el «exfoliador» con arena de mar para que mi fisonomía alcanzara todo su esplendor de brillo marmóreo. Por fin pude verlo, y sus hermosos ojos azules se clavaron en mis pupilas. Fue un momento eterno en el que mirándonos a los ojos nos dijimos todo lo que un hombre y una mujer desde el principio del mundo han sentido y deseado el uno del otro, con un amor que va más allá del tiempo y las convicciones.
Luego trabajó mi cuerpo como un amante febril, puliendo con sus manos cada uno de mis contornos y recovecos; mis pechos se erizaron, mis glúteos firmes ansiaban sus manos, y mi pubis guardaba una promesa.
Había terminado, y admiró su obra satisfecho. Entonces fue cuando deseé salir del mármol y amarlo como mujer. 


© C. R. Worth

Saturday, July 4, 2015

El oportunista






El oportunista

Estaba pasada la media noche, y deambulaba al acecho entre las sombras de «la ciudad vieja». Llevaba más de tres días sin echarse nada a la boca, y el hambre y la sed lo impulsaban a la desesperación. Ya no le importaba qué y se volvía descuidado.
Un golpe de suerte, un hombre mayor cruzó la calle tranqueando con una visible cojera. Era su oportunidad, no se escaparía y por fin cenaría ese día. Comenzó a seguirlo con cautela hasta hallar el lugar oportuno para abalanzarse sobre su víctima. El momento llegó cuando lo vio dirigirse hacia el parque; era un atajo para cruzar la ciudad, aunque en la noche no muchos optaban por esa opción, ya que estaba mal iluminado. Debía de ser un hombre valiente.
Veloz y sigiloso como un felino se abalanzó sobre él. El hombre a pesar de no esperárselo reaccionó bien, y se defendió con bravura, hasta que pudo ver mejor a su adversario; los ojos sangrientos y los enormes colmillos brillaban a la luz de la luna. Sus ojos se abrieron como platos y su corazón palpitaba desbocado. Su cerebro pensaba a una velocidad vertiginosa, ¿qué hacer para deshacerse de su atacante?, entonces echó mano al pecho y de debajo de su camiseta sacó una cruz. El vampiro al verla saltó hacia atrás horrorizado, escondiéndose de nuevo en las sombras.
Jadeando se sentó en el suelo, su corazón seguía latiendo encabritado, cuando de repente se echó mano al pecho y se retorció de dolor ante el infarto. En ese momento el vampiro, observando el momento de debilidad, saltó sobre él y aprovechó la oportunidad para hincarle los colmillos en el cuello. Qué rica le supo la cena.


© C. R. Worth

Thursday, July 2, 2015

El acompañante





El acompañante

Suena el despertador, y como cada mañana, ella comienza con su torbellino diario; y mientras se ducha, desayuna, hace la cama, se viste… me ignora. Solo nota mi presencia en la casa cuando está a punto de salir, entonces me habla y me dice «casi me olvido de ti», me agarra, y de un tirón me saca por la puerta.
Las cosas no son como antes, cuando era nuevo en su vida; entonces me trataba con más respeto, me mimaba, y me mostraba con orgullo a todas sus amigas. Siempre estaba preocupada de que algo me fuera a pasar, o que ojos codiciosos se fijaran en mí y me robaran para siempre de su lado. Hoy en día, las cosas han cambiado mucho… para ella soy su acompañante diario, indispensable para su rutina de cada día, y confía en mi capacidad, mi fortaleza, en que no voy a sucumbir con todo lo que ella pone en mi. Es irónico, ya que es María la que a veces tiene ataques de nervios, y encima se enfada cuando me acusa de yo tener en mi posesión algo que ella ha perdido, y con impunidad hasta rebusca en mis bolsillos como si le ocultara algo.
Pero a pesar de eso la amo, y ella no sabe los celos que me causa cuando está invitada a una fiesta y prefiere ir con el «otro», ¡tan brillante, con tanto estilo! Oh… él tiene más clase, todas lo admiran, pero es pequeñajo, y ¡estoy seguro que todo lo tiene diminuto! Me rebelo ante esa injusticia y lo díscola que es, pero al fin y al cabo María siempre vuelve a mí.
He de ser sincero, no puedo evitar mi preocupación constante, me hago viejo.  Ya no soy lo que era, y por qué no decirlo, soy de otra época y hasta pasado de moda. Sé que a ella le gustan los cambios, lo novedoso, y que tarde o temprano me sustituirá por otro… al fin y al cabo nos pasa a todos, es lo que tiene ser un bolso.


© C. R. Worth