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Thursday, October 15, 2015

Mírame





Mírame


Estaba cerca de conseguir su meta y llegar al número máximo de amigos en Facebook, rondaba los cinco mil. De igual modo tenía una cifra semejante en su cuenta de Twitter e Instagram, con miles de seguidores. Vivía para las redes sociales y su única meta en la vida era estar en el candelero, en el centro de atención de todo argumento o chisme; tenía opinión para todo.
Ponía entradas de cualquier nimiedad de su vida: si le dolía la cabeza, si tenía hipo, si sufría ataques de ventosidades, si estaba contenta o triste, las películas que veía, la comida que comía, la música que escuchaba. Colaboraba difundiendo todo cartelito de filosofía barata, y participaba en toda cadena que pedía «compartir» o darle al «me gusta», sin pensar en el chantaje emocional que suponía, ya que si no compartes o coincides con esa opinión, eres un mal cristiano, anti solidario con cualquier causa, no recibes las bendiciones prometidas, ¡y hasta se te puede «secar la yerbabuena»!
Pero en lo que Matilde más disfrutaba era en poner selfies, autorretratos para todas las ocasiones. Retratos de sí misma frente al espejo, delante de la puerta del cine, en exposiciones, en restaurantes, en caminatas en el bosque, en el coche, en sepelios, en ferias, bodas, bautizos y comuniones. Se retrataba con todos los amigos habidos y por haber, y si veía a un famosillo, se arrimaba para sacarse la foto de turno.
Sobre todo le encantaba sacar fotos provocativas, de amplios escotes, ceñida indumentaria y minifaldas que parecían un cinturón ancho. Disfrutaba con los comentarios de los caballeros, que la llamaran guapa, aunque fuera más fea que un pie; porque con un escote hasta el ombligo da igual como parezcas porque nadie te va a mirar a la cara.
Su narcisismo era extremo, patológico, ya que si en alguna foto no recibía más de un millar  de «me gusta» se deprimía profundamente pensando que estaba perdiendo popularidad.  También estaba obsesionada por ser el «trending topic» en Twitter, y que el mundo entero mirara lo que decía o hacía.
Se dio cuenta que las fotos que alcanzaban más popularidad eran los selfies extremos: Fotos en cornisas de rascacielos, al lado de leones, tiburones, caras de terror en una montaña rusa, retratos en medio de una autopista, haciendo paracaidismo, etc Así que comenzó a arriesgar el tipo como atracción circense en el «más difícil todavía» .
En sus vacaciones en un lugar paradisiaco decidió hacerse una foto como si fuera a saltar en una catarata, más de treinta metros abajo estaban las turbulentas aguas; esa foto le daría el subidón de popularidad que ansiaba. Tenía el palo del selfie preparado, lista para la actuación, cuando de repente por la humedad del lugar su mano resbaló justo después de disparar la foto. No contó con la caída en picado como si fuera un saco de patatas amorfo ni las rocas que había debajo de las turbulentas aguas.  Dio su vida por un autorretrato, pero consiguió ser el trending topic a la estupidez y que su última foto se viera en todos los noticieros y apareciera en los periódicos. Todo el mundo la miraba.


© C.R. Worth

Gotas como lágrimas




Gotas como lágrimas
(Para Lola y Javier)

Era el «Día internacional del Calamar» y en su ciudad se había montado una feria en torno a este molusco. Había casetas con enormes peceras para observarlos al igual que sus parientes los pulpos; quioscos con todo tipo de camisetas y sombreros con formas de calamares; artesanías con motivos de cefalópodos; atracciones para los niños para montarse en pulpos y hasta batallas con pistolas de agua con líquido oscuro imitando la tinta de los calamares. Pero las casetas más populares y las que atraían más público eran aquellas que se dedicaban a la degustación de calamares y pulpos. Calamares fritos, a la romana, a la riojana, en su tinta, rellenos, a la plancha, al ajillo, en cebiche, en escabeche, chipirones, pulpo a la feria, calamares en croquetas, en muses y patés etc; y hasta confitados en postres.
Leonor y Jaime, como cada año, asistían puntuales a la feria, en especial porque les encantaban esa selección gourmet de delicias de calamar; y sobre todo esperaban con anticipación degustar otra vez los calamares en su tinta de un tenderete que estaba especializado en su elaboración, con más de una docena de formas distintas de prepararlo.
El lado negativo de la feria era la mala vigilancia policial y la cantidad de pedigüeños que pululaban por sus alrededores: el gorrilla de turno, la chinita vendiendo rosas, o la gitana queriéndote leer las manos o venderte romero.
La pareja se dirigió al parque donde estaba montada la feria, y tras dar el euro al gorrilla y sortear pedigüeños, por fin llegaron a su ansiado destino. Mientras se deleitaban con raciones tras raciones de diferentes exquisiteces de calamares en su tinta, una procesión de mendigos se les iba acercando y tras dar unas cuantas de limosnas ya dijeron basta, porque algunos de ellos cuando les decían que ya no le quedaban nada suelto, encima se enfadaban; como la gitana que les echó una maldición para que se atragantaran con los calamares, y les dijo que ojalá les salieran tentáculos y se convirtieran en lo que comían. 
Tanto Leonor como Jaime, que eran periodistas, estaban indignados con tanta sanguijuela indigente y la poca vigilancia de las autoridades para que el público pudiera disfrutar de eventos así. Decidieron que escribirían artículos en sus respectivos periódicos.
Llegaron a casa ahítos de moluscos en su tinta, así que decidieron ir a la cama y escribir los respectivos artículos a la mañana siguiente.
Nora, la hija de ambos se despertó cerca de las 10, no podía creer que a sus padres se les hubiera pegado las sabanas, y no la hubieran despertado para ir al instituto. La casa estaba en silencio, y ni siquiera la cafetera estaba encendida. Algo extraño estaba pasando. ¿Habían cumplido su palabra de dejar de arrearla por la mañana para que tomara responsabilidad de madrugar para ir a clases? Sabía que su madre sería más que capaz para darle un escarmiento, pero su padre no permitiría que perdiera un día de clase, y menos en fecha de exámenes.
Se dirigió al dormitorio de sus progenitores y tímidamente abrió la puerta para ver si ellos también se habían quedado dormidos. Con las persianas echadas y las cortinas corridas apenas podía ver sus bultos en la cama. Encendió la luz para triunfante echarles la bronca por hacerla llegar tarde; pero cual su sorpresa cuando vio lo que había en la cama. Un bolígrafo y una pluma gigante estaban donde sus padres dormían, y todas las sábanas estaban empapadas en tinta negra. Gotas como lágrimas recorrían la suave superficie de los instrumentos de escritura empapando todo el catre.



© C. R. Worth

Friday, October 9, 2015

Exótica





Exótica

Se casó con un americano y se fue a vivir a Texas, tierra de rodeos, vaqueros, «chili con carne», y no nos olvidemos de El Álamo. Todo era exótico para ella: los cactus del desierto, los caballeros con botas de cocodrilo y sombreros tejanos, la música Country, los bares con potros eléctricos, y la forma de bailar, como el Line Dance o Kicker Dancing, por poner un ejemplo. Pero a veces la nota exótica la ponía ella misma cuando decía que se llamaba Charo. Nunca pensó que su nombre, tan común en España, fuera algo raro y tuviera que deletrearlo constantemente.
A través de las redes sociales cultivó multitud de amistades que eran como un coro de pajaritos que alagaban y adoraban a la amiga «americana». Era muy popular y se sentía feliz de poder contar con tantísimos amigos. Cuando viajaba de vacaciones a su tierra natal, esos amigos hacían cola para verla, y competían con su familia para pasar tiempo con ella. Era como una celebridad.
Pero el destino mostró su verdadero rostro cuando llegaron las adversidades. Padeció un desagradable divorcio que la privaron de muchas cosas, y como consecuencia del mismo decidió volverse a su tierra natal, donde se sentiría arropada por su familia y la multitud de amigos que siempre querían pasar tiempo con ella.
Entonces se dio cuenta de la realidad. Ya había perdido el interés para la mayoría de ellos, ya que no era la amiga exótica que vivía al otro lado del mundo. Ahora se había vuelto accesible, cotidiana, común y ordinaria. Se vio sola, y solo unos cuantos, escogidos, demostraron lo que era amistad verdadera.



© C.R.Worth