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Monday, April 14, 2008

Atentados contra las Hermandades I

Atentados contra las Hermandades I



     Este es quizá el artículo más doloroso de escribir de este coleccionable sobre lo histórico y anecdótico de nuestra Semana Santa Sevillana. Hoy vamos a ver las distintas ocasiones en las que nuestras cofradías han sufrido atentados de muy diversa índole.
     Básicamente diremos que a través de nuestra historia nuestras hermandades han sufrido expropiaciones, incendios, derribos, bombas, tiros, pedradas, petardadas, nazarenos apaleados, agresiones informáticas y terroristas, pintadas y, los ocasionales intentos de mangoneo tanto por las autoridades civiles como eclesiásticas.  Y ahí están, a pesar de todo, el espíritu de nuestras hermandades y cofradías y el amor por su Semana Santa es indestructible.

Mangoneos de la Autoridad Eclesiástica y Civil:
     He incluido los «mangoneos» porque son las actuaciones de las autoridades atentando contra la soberanía de las hermandades, queriendo o haciéndoles pasar por el aro con decretos y prohibiciones, estando a veces estas imposiciones incluso en contra de las mismas reglas de las hermandades.
     Remontándonos en la historia, quizá el primer «atentado» que a alguien le pueda venir a la cabeza, es la reducción de los hospitales en 1587, y que afectaron a las hermandades de La Borriquita, Los Negritos, San Benito, La Carretería y El Santo Entierro (Villaviciosa). No se podría calificar de un atentado propiamente dicho, pero si una intervención que puso en peligro la existencia de alguna hermandad.
     Al reducirse los hospitales (que pasaban el centenar), esto produjo que las hermandades se trasladaran de sedes, y solo tenemos noticias según Carrero que afectara negativamente a una hermandad, la de los Negros, que indica que se agregó su institución hospitalaria a la del Amor de Dios, y «como consecuencia los cofrades pertenecientes al hospital fueron disgregándose, teniendo que enajenar sus escasos bienes, hasta quedar fusionados con otra congregación de raza negra que se dedicaba a la penitencia de sangre el jueves»;  Carrero se refiere a la otra hermandad de Negros que había en Triana. Isidoro Moreno, en su estudio sobre la Hermandad de los Negros, difiere de Carrero en el hecho de que se agregaran una institución hospitalaria de negros con una de blancos, aunque fueran ambos pobres; y no menciona nada sobre una posible fusión con los negros de Triana.
      De todas formas, aunque no está claro si se vio afectada o no, he querido mencionar aquí el hecho.

     En 1751, el arzobispo coadministrador (Dr. Francisco de Solis Folch de Cardona) estaba enfermo, he hizo una petición a todas las hermandades para que pasasen por el «Arquillo de Santa Marta», un arquillo que estaba enfrente de la hoy calle Mateos Gago, para poder presenciar las cofradías desde un balcón en el Palacio Arzobispal. Unas hermandades aceptaron indiferentes esta rogativa, pero otras pensaron que este requerimiento se salía de las atribuciones del arzobispo, como la Hermandad de los Caballos, cuyo hermano mayor le respondió al arzobispo que «no estaba en su arbitrio innovar las costumbres»; el arzobispo, airado lo excomulgó. El Hermano Mayor apeló al nuncio de S.S. llevando el asunto a la Real Audiencia, quien le dio la razón al Hermano Mayor, y dictó que se levantara la excomunión, aunque el arzobispo se negaba intentando imponer que la cofradía hiciera lo que él quería... al final cedió, le levantó la excomunión y sobre las once de la noche salió de la catedral camino de su templo sin ceder al capricho del cardenal. Pero ahí no quedó la cosa, ya que la cofradía de los Negritos iba detrás, y dijeron que "los negros pasarán por donde pasen los blancos", y tampoco pasaron por delante del Palacio Arzobispal.
     La siguiente noticia de un «mangoneo» la tengo también recogida en mi reciente artículo «A ciriazo limpio: retrospectiva histórica de altercados callejeros entre cofradías». Esta vez quien se mete de por medio con las hermandades fue el Rey (Carlos III), que derivada de la Orden que en  1777 prohibía los disciplinantes, se contemplaba también que los «nazarenos» no llevasen el rostro cubierto. Tras este real decreto, en 1782, hubo un incidente con la hermandad de la Estrella, ya que en medio de la procesión se presentó el Alguacil Mayor Eclesiástico, acompañado de notario, ministros y soldados, prendiendo dicho alguacil a cuatro nazarenos por ir con el rostro cubierto, provocando que los vecinos de Triana, se amotinaran y fueron a buscar a los presos y liberarlos, arrebatándolos a la autoridad eclesiástica en Las Gradas de la catedral.
     Digamos que Sevilla y sus cofradías como se verá sucesivamente, desafía la autoridad civil o religiosa defendiendo sus reglamentos.
     En 1820, el General Tomás Moreno Daóiz, (que al año siguiente fue elegido Ministro de la Guerra), el Lunes Santo de ese año dictó un bando por el cual «las cofradías de madrugada no habían de salir a la calle hasta romper en día, que las otras habían de recogerse a las oraciones y que los individuos de ambas llevasen las caras descubiertas y sin túnicas ni capirotes». Estas condiciones nunca fueron aceptadas por nuestras hermandades, y de 1820 a 1825 inclusive, no procesionaron ninguna de las hermandades sevillanas. 
     El siguiente «mangoneo» data del 1831. Esto fue por un bando del Asistente de la ciudad de Sevilla (D. José Manuel de Arjona y Cubas), que prohibió que ese año del 31 los nazarenos usaran antifaz intentando reducir la túnica de nazareno a una especie de uniformes que nuestras hermandades nunca aceptaron. La razón de esta «aleatoria» decisión es por el clima político que había en esos años. En 1830, el general Torrijos (de tendencia liberar), tras su exilio en Londres hizo varios intentos fallidos de regresar a España por la provincia de Cádiz; el 30 de Noviembre sale de Gibraltar con la pretensión de sublevar las tropas de Andalucía en contra de Fernando VII, y a la altura del cabo de Calaburras en Mijas, fue interceptado por un buque loyalista, teniendo que desembarcar en Fuengirola huyendo hacia el interior donde junto a sus seguidores fueron perseguidos y apresados en Alhaurín de la Torre, y luego conducidos a Halaga, donde cuatro días más tarde él y sus compañeros fueron fusilados por orden de Fernando VII.
     Para curarse en salud, y por lo reciente de estos hechos (apenas 4 meses antes) el Asistente prohibió el ir con la cara tapada para que los revolucionarios no encontraran cobijo en Sevilla en el incognito del antifaz.
     Nuestras hermandades con esta imposición se «sublevaron» y acordaron no salir a la calle; siendo la única en hacer el recorrido a la catedral la de La Amargura.
     Cinco años más tarde (1836), vuelven a repetirse las mismas prohibiciones de 1820, y hubo otra rebelión por parte de las cofradías, viniendo esta vez provocado por el bando municipal que dictó el alcalde (D. Francisco de Paula Méndez), por el cual nuevamente todas las procesiones durante la Semana Santa tenían que estar de vueltas en sus templos a «las oraciones», es decir al atardecer, teniendo que modificar sus horarios de salida; y aquellas que procesionaba durante la madrugada del Viernes Santo debían de salir al alba. Ante esta imposición de la alcaldía, las hermandades como protesta, no procesionaron en la madrugada del Viernes, y solo tres salieron durante los demás días de la Semana Santa. Pero la cosa no quedó ahí, ya que la alcaldía seguía erre que erre intentando imponer esta resolución, y las hermandades en rebelión negándose a salir en estas condiciones poniendo en jaque al alcalde. En este «baile» municipal en donde las hermandades se negaban a danzar al son que les tocaban, estuvieron por 4 años, ya que en 1840 el ayuntamiento cede y fue derogada la prohibición municipal de 1836 que impedía a las hermandades hacer estación de penitencia nocturna.
     Durante estos años muy pocas hermandades salieron, y la única que pasó por el aro siguiéndole el juego al alcalde y haciendo estación de penitencia cada año fue La Amargura.

      El «mangoneo» de 1872 vino esta vez por parte de la mitra. D. Victoriano Guisasola, secretario del Arzobispado, dictó una prohibición para que las hermandades no aceptaran la subvención municipal. La razón (horror y espanto para el arzobispado) era que los fondos de esta subvención eran procedentes de la actuación de una compañía de bufos que actuaba en el Teatro San Fernando, y que era dirigida por Francisco Ardennis. Para implementar esta prohibición Palacio amenazó a las Hermandades que aceptaran el dinero, con no sacar las cruces parroquiales ni los prestes en sus cortejos. Catorce hermandades hicieron oídos sordos y sacaron sus cortejos procesionales en estación de penitencia ese año.
     De los mangoneos municipales, la anécdota más divertida tuvo lugar en 1913, en el Cabildo de Toma de Horas. El alcalde de la ciudad (D. Federico Amores Ayala, Conde de Urbina) advirtió a las cofradías so pena de multa a que no se retrasasen a su paso por los Palcos o fueran demasiado lentos, a lo que los cofrades de la Quinta Angustia respondieron, que la culpa era de la Presidencia Municipal, y otras autoridades municipales, que al retrasarse los citados, hacían a los guardias municipales parar las cofradías en Sierpes sin dejarlas pasar hasta que las citadas autoridades aparecieran en los palcos.

      En la década de los 20 de la pasada centuria, uno de los más sonoros «Mangoneos de Palacio» son los que protagonizó el Cardenal Arzobispo de Sevilla, Eustaquio Ilundain, con la hermandades en general, y con la Macarena en particular. En 1921 nombró una Comisión Administradora para «encauzar la vida y gobierno» de la Macarena... esto no le hizo ninguna gracia a los macarenos que se metieran de por medio en su propio gobierno, pero la cosa se agravó en 1925 cuando el cardenal suspende las elecciones y nombra una gestora; dos años después nombra una Junta Extraordinaria para el Gobierno de la hermandad y prohíbe la celebración de Cabildos Generales durante 5 años. Pero la cosa no acaba ahí, ya que en 1929 nombra Hermano Mayor a un bilbaíno de su confianza recientemente llegado a Sevilla y que se había apuntado a la hermandad unos días antes... al final acabo todo esto como el Rosario de la Aurora, con toma del pueblo de la sala Capitular de la Hermandad para evitar la toma de posesión y con la intervención de la fuerza pública. El Cardenal intentó imponer su voluntad en nombrar ese bilbaíno como Hermano Mayor... pero nunca lo logró.
     Este fue el Cardenal que prohibió el cante de las saetas, y que en 1929 dictó el denominado Decreto de los Prelados  que entre otras cosas se limitaba la permanencia en el cargo de Hermano Mayor por más de 5 años, el número de miembros en una junta etc... La Sevilla cofradiera, que estaba de Don Eustaquio hasta los mismísimos, contratacó sirviéndole un poco de su propia medicina, ya que la Hermandad de los Negritos, siguiendo a rajatabla el Decreto,  destituyó al propio Cardenal Ilundain, ya que por más de 150 años los Arzobispos de la ciudad eran los hermanos mayores de la corporación, y éste llevaba más años en el cargo que los aceptados por el Decreto. La venganza del Cardenal no se hizo esperar, Ilundain retiró las Reglas de la hermandad, intentó imponer una Gestora (que no se formó porque nadie aceptó ser parte de ella) y la hermandad quedó totalmente desorganizada de 1930 a 1934.
     Sonado fue el mangoneo de la autoridad eclesiástica en 1990 a las hermandades de las Siete Palabras y la Lanzada, en que la Vicaría, por decreto, y sin haber mediado concordia entre esas hermandades, obligó a la hermandad de las Siete Palabras a ocupar el último lugar en el Miércoles Santo. Las Siete Palabras, por obediencia al prelado atacó la orden en el Cabildo de Tomas de Horas; pero llegado el Miércoles Santo mostró pública protesta ante esta decisión con los siguientes hechos: al llegar al palquillo de la Campana, la venia para entrar en la carrera oficial, en vez de pedirla un nazareno, la pidió un notario, que fue rechazado por los miembros del Consejo, ya que argumentaban que solo un nazareno podía pedirla, tampoco pidieron venia en los otros controles del Consejo. Todos los cirios de los nazarenos fueron apagados en este lugar, así como se retiraron las bandas de música, sin tocar por toda la Carrera Oficial. Los dos primeros pasos no los pararon en el palquillo; pero el paso de la Virgen que iba presidido por el Arzobispo, el prelado obligo a que lo pararan ante los señores del Consejo en la Campana y la Plaza de San Francisco.
     Uno de los últimos mangoneos por parte de la mitra vino con el cambio de milenio, en el que el Arzobispado trató de imponer un «Impuesto sobre las Rentas Brutas de las Hermandades», lo cual no progresó, y por el cual el Señor Arzobispo (hoy Cardenal), empezó a conocérsele en Sevilla bajo el sobrenombre de «fray peseta». Como otro mangoneo reciente, tenemos el muy traído y llevado tema de la mujer nazarena en las hermandades, que incluso llego a congelar la aprobación de las reglas de las hermandades que en cabildo habían decidido no incorporar en sus filas de nazarenos a las hermanas de la misma, y el consiguiente recurso que pusieron las hermandades en palacio.

© C. R. Worth.  14- IV- 2008

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