Atentados contra las Hermandades I
Este es quizá el
artículo más doloroso de escribir de este coleccionable sobre lo histórico y
anecdótico de nuestra Semana Santa Sevillana. Hoy vamos a ver las distintas
ocasiones en las que nuestras cofradías han sufrido atentados de muy diversa
índole.
Básicamente diremos que
a través de nuestra historia nuestras hermandades han sufrido expropiaciones,
incendios, derribos, bombas, tiros, pedradas, petardadas, nazarenos apaleados,
agresiones informáticas y terroristas, pintadas y, los ocasionales intentos de
mangoneo tanto por las autoridades civiles como eclesiásticas. Y ahí
están, a pesar de todo, el espíritu de nuestras hermandades y cofradías y el
amor por su Semana Santa es indestructible.
Mangoneos de la
Autoridad Eclesiástica y Civil:
He incluido los «mangoneos»
porque son las actuaciones de las autoridades atentando contra la soberanía de
las hermandades, queriendo o haciéndoles pasar por el aro con decretos y
prohibiciones, estando a veces estas imposiciones incluso en contra de las
mismas reglas de las hermandades.
Remontándonos en la
historia, quizá el primer «atentado» que a alguien le pueda venir a la cabeza,
es la reducción de los hospitales en 1587, y que afectaron a las hermandades de
La Borriquita, Los Negritos, San Benito, La Carretería y El Santo Entierro
(Villaviciosa). No se podría calificar de un atentado propiamente dicho, pero
si una intervención que puso en peligro la existencia de alguna hermandad.
Al reducirse los
hospitales (que pasaban el centenar), esto produjo que las hermandades se
trasladaran de sedes, y solo tenemos noticias según Carrero que afectara
negativamente a una hermandad, la de los Negros, que indica que se agregó su
institución hospitalaria a la del Amor de Dios, y «como consecuencia los
cofrades pertenecientes al hospital fueron disgregándose, teniendo que enajenar
sus escasos bienes, hasta quedar fusionados con otra congregación de raza negra
que se dedicaba a la penitencia de sangre el jueves»; Carrero se
refiere a la otra hermandad de Negros que había en Triana. Isidoro Moreno, en
su estudio sobre la Hermandad de los Negros, difiere de Carrero en el hecho de
que se agregaran una institución hospitalaria de negros con una de blancos, aunque
fueran ambos pobres; y no menciona nada sobre una posible fusión con los negros
de Triana.
De todas formas,
aunque no está claro si se vio afectada o no, he querido mencionar aquí el
hecho.
En 1751, el arzobispo coadministrador (Dr. Francisco de Solis Folch de Cardona)
estaba enfermo, he hizo una petición a todas las hermandades para que pasasen
por el «Arquillo de Santa Marta», un arquillo que estaba enfrente de la hoy
calle Mateos Gago, para poder presenciar las cofradías desde un balcón en el
Palacio Arzobispal. Unas hermandades aceptaron indiferentes esta rogativa, pero
otras pensaron que este requerimiento se salía de las atribuciones del
arzobispo, como la Hermandad de los Caballos, cuyo hermano mayor le respondió
al arzobispo que «no estaba en su arbitrio innovar las costumbres»; el
arzobispo, airado lo excomulgó. El Hermano Mayor apeló al nuncio de S.S.
llevando el asunto a la Real Audiencia, quien le dio la razón al Hermano Mayor,
y dictó que se levantara la excomunión, aunque el arzobispo se negaba
intentando imponer que la cofradía hiciera lo que él quería... al final cedió,
le levantó la excomunión y sobre las once de la noche salió de la catedral
camino de su templo sin ceder al capricho del cardenal. Pero ahí no quedó la
cosa, ya que la cofradía de los Negritos iba detrás, y dijeron que "los
negros pasarán por donde pasen los blancos", y tampoco pasaron por delante
del Palacio Arzobispal.
La siguiente noticia de
un «mangoneo» la tengo también recogida en mi reciente artículo «A ciriazo
limpio: retrospectiva histórica de altercados callejeros entre cofradías». Esta
vez quien se mete de por medio con las hermandades fue el Rey (Carlos III), que
derivada de la Orden que en 1777 prohibía los disciplinantes, se
contemplaba también que los «nazarenos» no llevasen el rostro cubierto. Tras
este real decreto, en 1782, hubo un incidente con la hermandad de la Estrella,
ya que en medio de la procesión se presentó el Alguacil Mayor Eclesiástico,
acompañado de notario, ministros y soldados, prendiendo dicho alguacil a cuatro
nazarenos por ir con el rostro cubierto, provocando que los vecinos de Triana,
se amotinaran y fueron a buscar a los presos y liberarlos, arrebatándolos a la
autoridad eclesiástica en Las Gradas de la catedral.
Digamos que Sevilla y
sus cofradías como se verá sucesivamente, desafía la autoridad civil o
religiosa defendiendo sus reglamentos.
En 1820, el General
Tomás Moreno Daóiz, (que al año siguiente fue elegido Ministro de la Guerra),
el Lunes Santo de ese año dictó un bando por el cual «las cofradías de
madrugada no habían de salir a la calle hasta romper en día, que las otras
habían de recogerse a las oraciones y que los individuos de ambas llevasen las
caras descubiertas y sin túnicas ni capirotes». Estas condiciones nunca
fueron aceptadas por nuestras hermandades, y de 1820 a 1825 inclusive, no
procesionaron ninguna de las hermandades sevillanas.
El siguiente «mangoneo» data del 1831. Esto fue por un bando del Asistente de
la ciudad de Sevilla (D. José Manuel de Arjona y Cubas), que prohibió que ese
año del 31 los nazarenos usaran antifaz intentando reducir la túnica de
nazareno a una especie de uniformes que nuestras hermandades nunca aceptaron.
La razón de esta «aleatoria» decisión es por el clima político que había en
esos años. En 1830, el general Torrijos (de tendencia liberar), tras su exilio
en Londres hizo varios intentos fallidos de regresar a España por la provincia
de Cádiz; el 30 de Noviembre sale de Gibraltar con la pretensión de sublevar
las tropas de Andalucía en contra de Fernando VII, y a la altura del cabo de
Calaburras en Mijas, fue interceptado por un buque loyalista, teniendo que desembarcar
en Fuengirola huyendo hacia el interior donde junto a sus seguidores fueron
perseguidos y apresados en Alhaurín de la Torre, y luego conducidos a Halaga,
donde cuatro días más tarde él y sus compañeros fueron fusilados por orden de
Fernando VII.
Para curarse en salud, y
por lo reciente de estos hechos (apenas 4 meses antes) el Asistente prohibió el
ir con la cara tapada para que los revolucionarios no encontraran cobijo en
Sevilla en el incognito del antifaz.
Nuestras hermandades con
esta imposición se «sublevaron» y acordaron no salir a la calle; siendo la única
en hacer el recorrido a la catedral la de La Amargura.
Cinco años más tarde
(1836), vuelven a repetirse las mismas prohibiciones de 1820, y hubo otra rebelión
por parte de las cofradías, viniendo esta vez provocado por el bando municipal
que dictó el alcalde (D. Francisco de Paula Méndez), por el cual nuevamente
todas las procesiones durante la Semana Santa tenían que estar de vueltas en
sus templos a «las oraciones», es decir al atardecer, teniendo que modificar
sus horarios de salida; y aquellas que procesionaba durante la madrugada del
Viernes Santo debían de salir al alba. Ante esta imposición de la alcaldía, las
hermandades como protesta, no procesionaron en la madrugada del Viernes, y solo
tres salieron durante los demás días de la Semana Santa. Pero la cosa no quedó
ahí, ya que la alcaldía seguía erre que erre intentando imponer esta
resolución, y las hermandades en rebelión negándose a salir en estas
condiciones poniendo en jaque al alcalde. En este «baile» municipal en donde
las hermandades se negaban a danzar al son que les tocaban, estuvieron por 4
años, ya que en 1840 el ayuntamiento cede y fue derogada la prohibición
municipal de 1836 que impedía a las hermandades hacer estación de penitencia
nocturna.
Durante estos años muy pocas hermandades salieron, y la única que pasó por el aro siguiéndole el juego al alcalde y haciendo estación de penitencia cada año fue La Amargura.
Durante estos años muy pocas hermandades salieron, y la única que pasó por el aro siguiéndole el juego al alcalde y haciendo estación de penitencia cada año fue La Amargura.
El «mangoneo» de 1872 vino esta vez por parte de la mitra. D. Victoriano
Guisasola, secretario del Arzobispado, dictó una prohibición para que las
hermandades no aceptaran la subvención municipal. La razón (horror y espanto
para el arzobispado) era que los fondos de esta subvención eran procedentes de
la actuación de una compañía de bufos que actuaba en el Teatro San Fernando, y
que era dirigida por Francisco Ardennis. Para implementar esta prohibición
Palacio amenazó a las Hermandades que aceptaran el dinero, con no sacar las
cruces parroquiales ni los prestes en sus cortejos. Catorce hermandades
hicieron oídos sordos y sacaron sus cortejos procesionales en estación de
penitencia ese año.
De los mangoneos
municipales, la anécdota más divertida tuvo lugar en 1913, en el Cabildo de
Toma de Horas. El alcalde de la ciudad (D. Federico Amores Ayala, Conde de
Urbina) advirtió a las cofradías so pena de multa a que no se retrasasen a su
paso por los Palcos o fueran demasiado lentos, a lo que los cofrades de la
Quinta Angustia respondieron, que la culpa era de la Presidencia Municipal, y
otras autoridades municipales, que al retrasarse los citados, hacían a los
guardias municipales parar las cofradías en Sierpes sin dejarlas pasar hasta
que las citadas autoridades aparecieran en los palcos.
En la década de los 20 de
la pasada centuria, uno de los más sonoros «Mangoneos de Palacio» son los que
protagonizó el Cardenal Arzobispo de Sevilla, Eustaquio Ilundain, con la
hermandades en general, y con la Macarena en particular. En 1921 nombró una
Comisión Administradora para «encauzar la vida y gobierno» de la Macarena...
esto no le hizo ninguna gracia a los macarenos que se metieran de por medio en
su propio gobierno, pero la cosa se agravó en 1925 cuando el cardenal suspende
las elecciones y nombra una gestora; dos años después nombra una Junta Extraordinaria
para el Gobierno de la hermandad y prohíbe la celebración de Cabildos Generales
durante 5 años. Pero la cosa no acaba ahí, ya que en 1929 nombra Hermano Mayor
a un bilbaíno de su confianza recientemente llegado a Sevilla y que se había
apuntado a la hermandad unos días antes... al final acabo todo esto como el
Rosario de la Aurora, con toma del pueblo de la sala Capitular de la Hermandad
para evitar la toma de posesión y con la intervención de la fuerza pública. El
Cardenal intentó imponer su voluntad en nombrar ese bilbaíno como Hermano
Mayor... pero nunca lo logró.
Este fue el Cardenal que
prohibió el cante de las saetas, y que en 1929 dictó el denominado Decreto
de los Prelados que entre otras cosas se limitaba la permanencia en
el cargo de Hermano Mayor por más de 5 años, el número de miembros en una junta
etc... La Sevilla cofradiera, que estaba de Don Eustaquio hasta los mismísimos,
contratacó sirviéndole un poco de su propia medicina, ya que la Hermandad de
los Negritos, siguiendo a rajatabla el Decreto, destituyó al propio
Cardenal Ilundain, ya que por más de 150 años los Arzobispos de la ciudad eran
los hermanos mayores de la corporación, y éste llevaba más años en el cargo que
los aceptados por el Decreto. La venganza del Cardenal no se hizo esperar,
Ilundain retiró las Reglas de la hermandad, intentó imponer una Gestora (que no
se formó porque nadie aceptó ser parte de ella) y la hermandad quedó totalmente
desorganizada de 1930 a 1934.
Sonado fue el mangoneo
de la autoridad eclesiástica en 1990 a las hermandades de las Siete Palabras y
la Lanzada, en que la Vicaría, por decreto, y sin haber mediado concordia entre
esas hermandades, obligó a la hermandad de las Siete Palabras a ocupar el
último lugar en el Miércoles Santo. Las Siete Palabras, por obediencia al
prelado atacó la orden en el Cabildo de Tomas de Horas; pero llegado el Miércoles
Santo mostró pública protesta ante esta decisión con los siguientes hechos: al
llegar al palquillo de la Campana, la venia para entrar en la carrera oficial,
en vez de pedirla un nazareno, la pidió un notario, que fue rechazado por los
miembros del Consejo, ya que argumentaban que solo un nazareno podía pedirla,
tampoco pidieron venia en los otros controles del Consejo. Todos los cirios de
los nazarenos fueron apagados en este lugar, así como se retiraron las bandas
de música, sin tocar por toda la Carrera Oficial. Los dos primeros pasos no los
pararon en el palquillo; pero el paso de la Virgen que iba presidido por el
Arzobispo, el prelado obligo a que lo pararan ante los señores del Consejo en
la Campana y la Plaza de San Francisco.
Uno de los últimos
mangoneos por parte de la mitra vino con el cambio de milenio, en el que el
Arzobispado trató de imponer un «Impuesto sobre las Rentas Brutas de las
Hermandades», lo cual no progresó, y por el cual el Señor Arzobispo (hoy
Cardenal), empezó a conocérsele en Sevilla bajo el sobrenombre de «fray peseta».
Como otro mangoneo reciente, tenemos el muy traído y llevado tema de la mujer
nazarena en las hermandades, que incluso llego a congelar la aprobación de las
reglas de las hermandades que en cabildo habían decidido no incorporar en sus
filas de nazarenos a las hermanas de la misma, y el consiguiente recurso que
pusieron las hermandades en palacio.
© C. R. Worth. 14- IV- 2008
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