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Tuesday, April 15, 2008

Atentados contra las Hermandades II

Atentados contra las Hermandades II



 Seguimos con los atentados en contra de nuestras hermandades, y en esta ocasión veremos cómo influyó la política del XIX, con guerras, revoluciones y expropiaciones a nuestras hermandades.

Expropiados, echados y derribados:
     Ya hemos visto como la política ha afectado a nuestras hermandades, aunque en el apartado anterior con los mangoneos, nuestras hermandades se han bandeado pudiendo hacer frente desafiando a las autoridades para defender sus derechos. Pero ha habido momentos en el que nuestras hermandades, indefensas, han tenido que aceptar los ataques de agentes exteriores.
     El primer ataque exterior que afectó considerablemente a nuestras hermandades vino dado por la Invasión Francesa (1809-13). En 1809, bajo José I Bonaparte (Pepe Botella) se publicó un Real Decreto en el que se suprimían las órdenes monásticas; esto afecto sobremanera a nuestras hermandades, ya que 16 de ellas residían en conventos, y por lo tanto por el cierre de los mismos se vieron obligados a abandonarlos y buscar una nueva sede, incluso teniendo capilla propia en estas iglesias algunas de las hermandades. Las hermandades afectadas fueron:

  • La Cena, que estaba en San Basilio, se tuvo que trasladar a San Gil.
  • El Amor, que estaba en Los Terceros, se tuvo que trasladar a la iglesia de San Miguel.
  • Vera Cruz, su capilla en el convento de San Francisco es quemada por los franceses y se tiene que trasladar al almacén que poseen en el compás del convento.
  • El Museo, que tenía capilla propia en el convento de la Merced, se tuvo que trasladar a la iglesia de San Vicente.
  • El Buen Fin, que estaba en el convento de San Antonio de Padua, se extinguió por la clausura del convento, aunque se vuelve a reorganizar la hermandad en 1888.
  • Las Siete Palabras, que estaba en el convento del Carmen, y tenía capilla propia, se tuvo que trasladar a la iglesia de San Vicente.
  • La Lanzada, que también estaba en San Basilio, se tuvo que trasladar a la iglesia de San Marcos.
  • Las Cigarreras, que también estaban en Los Terceros, y con capilla propia, se tuvieron que trasladar a la iglesia de San Pedro.
  • La Quinta Angustia, que también estaba en el convento del Carmen, y tenía capilla propia, se tuvo que trasladar a la iglesia de San Vicente.
  • El Valle, que estaba en el monasterio del Valle, con capilla propia, se tuvo que trasladar a la iglesia de San Román.
  • Pasión, que también tenía capilla propia en el convento de la Merced, se tuvo que trasladar a la iglesia de San Julián.
  • La Trinidad, que estaba en el convento de la Trinidad, tuvo que trasladarse a la iglesia de Santa Lucía.
  • El Santo Entierro, que estaba en el colegio mercedario de San Laureano, se tuvo que trasladar a San Juan de la Palma.
  • La Soledad, que también estaba en el convento del Carmen, se tuvo que trasladar a la iglesia de San Miguel.
  • La Antigua y Siete Dolores, que estaba en la capilla del compás de San Pablo, tras el cierre de su capilla cayó en decadencia, y 5 años después, en 1815, se extinguió.
  • La Concepción del convento de Regina, se trasladó a la iglesia de San Martín, acabando la hermandad absorbida por la hermandad de La Santa Espina en 1815.

     Por el cierre de estos conventos, tres hermandades se extinguieron (aunque afortunadamente el Buen Fin se reorganizó años más tarde); y no es ya el perder sus propias capillas muchas de las hermandades, ni el engorro de tener que buscar una nueva sede, o la perdida de los enseres que ello contrajo y, por lo que muchas estuvieron al punto de la extinción, sino que también se produjo una profanación de sus imágenes titulares...
     Quedaron en precarias condiciones Las Siete Palabras; Pasión perdió casi todo su patrimonio, salvándose casi únicamente la imagen del Señor; el Santo Entierro, que su iglesia fue saqueada por los franceses, lo perdió todo menos sus imágenes, al igual que la Soledad de San Lorenzo, que también fue saqueada y solo salvo la imagen de la Virgen; Vera Cruz perdió sus pasos y enseres; el Silencio, que residía (y reside) en la iglesia del antiguo convento de San Antonio Abad, perdió muchos enseres y el paso, teniendo que ocultar el Cristo emparedándolo tras un muro de ladrillos; pero la que peor trataron los franceses fue a la hermandad de la Lanzada, que tras robar la corona de la virgen, mutilaron el rostro de la imagen a sablazos, y quemaron la imagen de la Magdalena, Longinos y un sayón judío, perdiendo casi todo su patrimonio...
     En 1836 aparece la Desamortización de Mendizábal, por ella se extinguieron todas las órdenes religiosas; y todos los monasterios, conventos, colegios etc, pasaron a manos del estado, disponiendo de todo su patrimonio, tierras, bienes etc.  Una de las ciudades más castigadas con la ley de Mendizábal fue Sevilla, y numerosas hermandades fueron afectadas por esta ley, ya que tras los acontecimientos con los franceses, muchas de ellas volvieron a sus residencias conventuales. Aunque numerosos conventos cerraron, muchas de sus iglesias siguieron abiertas al culto, y las hermandades que residían en ellas no tuvieron que trasladarse, pero otras sí estuvieron afectadas.

  • La Estrella, que residía en el convento de la Victoria con capilla propia, al ser cerrado este tuvo que trasladarse al convento de San Jacinto.
  • El Amor, en 1841 le fue expropiado su almacén que tenía en la plaza de los terceros donde guardaba sus pasos.
  • Vera Cruz, por la demolición del convento de San Francisco para construir la actual Plaza Nueva, se tuvo que trasladar a la iglesia San Alberto, de la congregación de los filipenses, en donde quedó en el mayor abandono.
  • La Lanzada, que en esta época residía en el convento de los Mínimos de San Francisco de Paula, se extingue en esta fecha, ya que por el cierre del convento que es convertido en cuartel de Artillería de Montaña, y su capilla en cuadra de mulas, los bienes e imágenes de la hermandad se dispersan entre los hermanos; aunque afortunadamente, luego la hermandad se reorganiza en 1844.
  • Las Siete Palabras, que estaban en el convento del Carmen, tras el cierre del mismo pierde todo su patrimonio a excepción del Cristo y la Virgen de la Cabeza.
  • Pasión, que se encontraba en el convento de la Merced, casi desaparece cuando el convento fue exclaustrado en 1840, acabando la imagen del Señor en el domicilio de un hermano, la virgen pasó a la capilla del Cristo de la Expiración (Museo), y el San Juan a San Alberto, aunque posteriormente esas dos imágenes se perdieron.
  • Los Gitanos, que estaban en el convento agustino del Pópulo, tuvieron que trasladarse a la iglesia de San Esteban al convertir el dicho convento en Cárcel Real.
  • El Santo Entierro, nuevamente se ve afectado, ya que en esta época residía en el convento de San Pablo, y la capilla donde estaba fue convertida por la autoridad competente en oficina pública, por lo que se tuvo que trasladar al convento de la Merced en 1838, pero al ser este también exclaustrado, vuelve a la iglesia del ya exclaustrado convento de San Pablo en 1840, aunque sus imágenes estaba repartidas por los distintos altares de la iglesia, empezando a partir de aquí una «peregrinación» por distintas iglesias (siete) hasta que acaba en 1870 en su actual sede de la iglesia de San Gregorio.
  • La Trinidad  se vio afectada por el cierre del convento de la Trinidad, que pasa a ser un cuartel de artillería, y la hermandad estuvo prácticamente disuelta y no volvió a salir hasta 1844.
  • La Entrada en Jerusalén y San Sebastián, hermandad trianera del convento de la Victoria tuvo que trasladarse al convento de Los Remedios.

     Como hemos visto, hubo hermandades que se extinguieron brevemente, y otras como Pasión sobrevivió de milagro, estando al punto de extinguirse; muchas pierden su patrimonio y tardarían muchísimos años en recuperarse.
     Hay que mencionar, que la iglesia y las cofradías que fueron expropiadas de sus edificios o terrenos, no recibieron ninguna compensación del gobierno, y que la iglesia excomulgó tanto a los expropiadores como a los compradores de las tierras.
     La siguiente crisis del XIX vino provocada por la Revolución de 1868, llamada «La Gloriosa», de marcado carácter anticlerical. La junta revolucionaria de Sevilla, decretó el derribo de los conventos e iglesias de las Mínimas, las Dueñas, el Socorro, San Leandro, Santa Isabel y las iglesias de San Juan de la Palma, Santa Ana, San Andrés, San Esteban, Omnium Sanctorum y San Miguel; solo esta última fue derribada, una iglesia gótica que algunos autores la remontaban a tiempos fernandinos, y que otros dicen que fue reconstruida tras el terremoto de 1356. En esta iglesia fue bautizado Félix González de León, se casó Velázquez con la hija de Pacheco en 1618, y reposaban los restos mortales de Pacheco desde 1644 y Américo Vespucci entre otros.
     En la iglesia de San Miguel residía en aquellas fechas la Hermandad del Amor, y al cerrarse la iglesia, la Junta Revolucionaria puso en venta todos los enseres, imágenes y objetos religiosos de la hermandad; la imagen del Cristo del Amor fue adquirida por Ma Jesús del Amor Pérez, hermana y benefactora de la corporación, que se llevó el cristo a su domicilio. La hermandad de Amor no se recuperó de estos hechos hasta 1892, en el que se reorganizó la hermandad.

     Pasión, también residía en San Miguel, pero no se vio afectada en la perdida de enseres, ya que se trasladó a la iglesia del Salvador.
    Otra que se encontraba en esta iglesia era la hermandad de la Soledad que tuvo que trasladarse a San Lorenzo, donde reside hoy en día.

     También se vieron afectadas por expropiaciones y el cierre de iglesias las hermandades siguientes:
  • La Cena, que residía en el convento de San Basilio, se tuvo que trasladar a la iglesia de San Vicente, ya que el convento de San Basilio con su iglesia fueron demolidos. También perdieron el almacén de los pasos que tenían en la calle Relator.
  • La Amargura, la junta revolucionaria les cierra la iglesia con intención de derribarla, y tienen que trasladarse a La Misericordia.
  • Vera Cruz, que estaba en la iglesia del desamortizado convento de las monjas de Pasión, tuvo que trasladarse a San Alberto a su cierre, donde languideció hasta su extinción en 1924.
  • San Benito, que residía en la ermita anexa al hospital de la Encarnación, se extinguió al cierre de su iglesia (que la Junta Revolucionaria se quedó con ella y la vendió en pública subasta), ya que se perdieron todos sus bienes, el Cristo paso a un pueblo de la provincia de Huelva (y fue quemado en 1936) y la virgen a la iglesia de San Benito. La hermandad se reorganizará en esa iglesia donde estaba la virgen en 1921.
  • Los Panaderos, que estaban en Santa Lucía con capilla propia, tuvo que guardar sus imágenes en el almacén de los pasos por el cierre de la iglesia, no levantando cabeza la hermandad hasta 1878.
  • Las Siete Palabras, que estaba en su capilla del convento del Carmen, al ser cerrado definitivamente el convento convirtiéndose en cuartel, tuvo que trasladarse a la iglesia de San Vicente.
  • El Valle, que estaba en San Andrés, al ser clausurada esta iglesia se tuvieron que marchar a San Román, en cuya iglesia la hermandad sufrió un robo sacrílego perdiendo las manos de la virgen.
  • El Silencio, cuya iglesia intentó derribar la Junta Revolucionaria, pues pretendía abrir una calle que fuera desde la Calle de las Armas (Alfonso XII) a Monsalves pasando por en medio de la iglesia. La hermandad ya tuvo problemas en 1835 en tener que demostrar que la iglesia era suya y no de los Dieguinos (los frailes de San Diego, que eran los antiguos religiosos que regentaban el convento), y otra vez tuvieron que velar por sus derechos sobre la iglesia. La hermandad a pesar de la prohibición que multaba por guardar objetos religiosos de iglesias o conventos exclaustrados, tuvo que guardar las imágenes y enseres repartiéndolos entre las casas de los hermanos. Y gracias a la generosidad de su camarera Dña Gertrudis Zuazo, que compró el convento y la iglesia y, cedió una parcela al Ayuntamiento para la apertura de la calle que entonces se llamó de Riego (hoy llamada Silencio), la iglesia de San Antonio Abad se salvó del derribo.
  • La Esperanza de Triana, que estaba en su Capilla de los Marineros, la junta revolucionaria desposeyó a la hermandad de su capilla, y tuvieron que trasladarse a San Jacinto. Lo que mucha gente no sabe, es que la expropiada capilla de los Marineros fue un templo anglicano de 1876 a 1900, luego fue cine, almacén y hasta salón de variedades; hasta que en 1962 (casi cien años después de su expropiación) la hermandad pudo recomprar su propia capilla.
  • La Carretería, que tenía su capilla de la Carretería en propiedad, la Junta revolucionaria obligó a cerrarla y casi la perdió la hermandad, pero pudieron regresar a ella en dos meses, después de haber sido saqueada.
  • La Trinidad. Su templo fue utilizado para la caballería, pero la hermandad se negó a irse y dejó las imágenes en sus altares.
  • Santo Entierro, se vio afectado al igual que la Amargura, porque también residía en San Juan de la Palma, trasladándose a la Capilla del Asilo de la Mendicidad, que es hoy en día Capilla de la Divina Pastora de calle Amparo.
  • La Entrada en Jerusalén y San Sebastián; esta hermandad trianera que residía en el convento de Los Remedios, no tuvo tanta suerte, ya que tras el cierre del convento y la pérdida de sus imágenes titulares, la hermandad se extinguió.
     «La Gloriosa» fue realmente desastrosa para nuestras hermandades, no solo por la extinción de algunas de ellas y el languidecimiento de otras que acabaron en la extinción también, sino por el derribo de una iglesia como la de San Miguel, y otros conventos y capillas; aunque dentro de lo malo se podían haber perdido otras muchas joyas de nuestro patrimonio arquitectónico. A pesar de todo, las hermandades salieron adelante, naciendo en esta época las «cofradías románticas», aunque más adelante no dejaron de sufrir con otros ataques.


>>> Mi agradecimiento a D. Carlos Ros Carballar, por la información que me ha enviado sobre la iglesia de San Antonio Abad y su ofrecimiento en ayudarme a buscar más información si la necesitaba.  ... Carlos, siempre agradecida.

© C. R. Worth.  15- IV- 2008

Monday, April 14, 2008

Atentados contra las Hermandades I

Atentados contra las Hermandades I



     Este es quizá el artículo más doloroso de escribir de este coleccionable sobre lo histórico y anecdótico de nuestra Semana Santa Sevillana. Hoy vamos a ver las distintas ocasiones en las que nuestras cofradías han sufrido atentados de muy diversa índole.
     Básicamente diremos que a través de nuestra historia nuestras hermandades han sufrido expropiaciones, incendios, derribos, bombas, tiros, pedradas, petardadas, nazarenos apaleados, agresiones informáticas y terroristas, pintadas y, los ocasionales intentos de mangoneo tanto por las autoridades civiles como eclesiásticas.  Y ahí están, a pesar de todo, el espíritu de nuestras hermandades y cofradías y el amor por su Semana Santa es indestructible.

Mangoneos de la Autoridad Eclesiástica y Civil:
     He incluido los «mangoneos» porque son las actuaciones de las autoridades atentando contra la soberanía de las hermandades, queriendo o haciéndoles pasar por el aro con decretos y prohibiciones, estando a veces estas imposiciones incluso en contra de las mismas reglas de las hermandades.
     Remontándonos en la historia, quizá el primer «atentado» que a alguien le pueda venir a la cabeza, es la reducción de los hospitales en 1587, y que afectaron a las hermandades de La Borriquita, Los Negritos, San Benito, La Carretería y El Santo Entierro (Villaviciosa). No se podría calificar de un atentado propiamente dicho, pero si una intervención que puso en peligro la existencia de alguna hermandad.
     Al reducirse los hospitales (que pasaban el centenar), esto produjo que las hermandades se trasladaran de sedes, y solo tenemos noticias según Carrero que afectara negativamente a una hermandad, la de los Negros, que indica que se agregó su institución hospitalaria a la del Amor de Dios, y «como consecuencia los cofrades pertenecientes al hospital fueron disgregándose, teniendo que enajenar sus escasos bienes, hasta quedar fusionados con otra congregación de raza negra que se dedicaba a la penitencia de sangre el jueves»;  Carrero se refiere a la otra hermandad de Negros que había en Triana. Isidoro Moreno, en su estudio sobre la Hermandad de los Negros, difiere de Carrero en el hecho de que se agregaran una institución hospitalaria de negros con una de blancos, aunque fueran ambos pobres; y no menciona nada sobre una posible fusión con los negros de Triana.
      De todas formas, aunque no está claro si se vio afectada o no, he querido mencionar aquí el hecho.

     En 1751, el arzobispo coadministrador (Dr. Francisco de Solis Folch de Cardona) estaba enfermo, he hizo una petición a todas las hermandades para que pasasen por el «Arquillo de Santa Marta», un arquillo que estaba enfrente de la hoy calle Mateos Gago, para poder presenciar las cofradías desde un balcón en el Palacio Arzobispal. Unas hermandades aceptaron indiferentes esta rogativa, pero otras pensaron que este requerimiento se salía de las atribuciones del arzobispo, como la Hermandad de los Caballos, cuyo hermano mayor le respondió al arzobispo que «no estaba en su arbitrio innovar las costumbres»; el arzobispo, airado lo excomulgó. El Hermano Mayor apeló al nuncio de S.S. llevando el asunto a la Real Audiencia, quien le dio la razón al Hermano Mayor, y dictó que se levantara la excomunión, aunque el arzobispo se negaba intentando imponer que la cofradía hiciera lo que él quería... al final cedió, le levantó la excomunión y sobre las once de la noche salió de la catedral camino de su templo sin ceder al capricho del cardenal. Pero ahí no quedó la cosa, ya que la cofradía de los Negritos iba detrás, y dijeron que "los negros pasarán por donde pasen los blancos", y tampoco pasaron por delante del Palacio Arzobispal.
     La siguiente noticia de un «mangoneo» la tengo también recogida en mi reciente artículo «A ciriazo limpio: retrospectiva histórica de altercados callejeros entre cofradías». Esta vez quien se mete de por medio con las hermandades fue el Rey (Carlos III), que derivada de la Orden que en  1777 prohibía los disciplinantes, se contemplaba también que los «nazarenos» no llevasen el rostro cubierto. Tras este real decreto, en 1782, hubo un incidente con la hermandad de la Estrella, ya que en medio de la procesión se presentó el Alguacil Mayor Eclesiástico, acompañado de notario, ministros y soldados, prendiendo dicho alguacil a cuatro nazarenos por ir con el rostro cubierto, provocando que los vecinos de Triana, se amotinaran y fueron a buscar a los presos y liberarlos, arrebatándolos a la autoridad eclesiástica en Las Gradas de la catedral.
     Digamos que Sevilla y sus cofradías como se verá sucesivamente, desafía la autoridad civil o religiosa defendiendo sus reglamentos.
     En 1820, el General Tomás Moreno Daóiz, (que al año siguiente fue elegido Ministro de la Guerra), el Lunes Santo de ese año dictó un bando por el cual «las cofradías de madrugada no habían de salir a la calle hasta romper en día, que las otras habían de recogerse a las oraciones y que los individuos de ambas llevasen las caras descubiertas y sin túnicas ni capirotes». Estas condiciones nunca fueron aceptadas por nuestras hermandades, y de 1820 a 1825 inclusive, no procesionaron ninguna de las hermandades sevillanas. 
     El siguiente «mangoneo» data del 1831. Esto fue por un bando del Asistente de la ciudad de Sevilla (D. José Manuel de Arjona y Cubas), que prohibió que ese año del 31 los nazarenos usaran antifaz intentando reducir la túnica de nazareno a una especie de uniformes que nuestras hermandades nunca aceptaron. La razón de esta «aleatoria» decisión es por el clima político que había en esos años. En 1830, el general Torrijos (de tendencia liberar), tras su exilio en Londres hizo varios intentos fallidos de regresar a España por la provincia de Cádiz; el 30 de Noviembre sale de Gibraltar con la pretensión de sublevar las tropas de Andalucía en contra de Fernando VII, y a la altura del cabo de Calaburras en Mijas, fue interceptado por un buque loyalista, teniendo que desembarcar en Fuengirola huyendo hacia el interior donde junto a sus seguidores fueron perseguidos y apresados en Alhaurín de la Torre, y luego conducidos a Halaga, donde cuatro días más tarde él y sus compañeros fueron fusilados por orden de Fernando VII.
     Para curarse en salud, y por lo reciente de estos hechos (apenas 4 meses antes) el Asistente prohibió el ir con la cara tapada para que los revolucionarios no encontraran cobijo en Sevilla en el incognito del antifaz.
     Nuestras hermandades con esta imposición se «sublevaron» y acordaron no salir a la calle; siendo la única en hacer el recorrido a la catedral la de La Amargura.
     Cinco años más tarde (1836), vuelven a repetirse las mismas prohibiciones de 1820, y hubo otra rebelión por parte de las cofradías, viniendo esta vez provocado por el bando municipal que dictó el alcalde (D. Francisco de Paula Méndez), por el cual nuevamente todas las procesiones durante la Semana Santa tenían que estar de vueltas en sus templos a «las oraciones», es decir al atardecer, teniendo que modificar sus horarios de salida; y aquellas que procesionaba durante la madrugada del Viernes Santo debían de salir al alba. Ante esta imposición de la alcaldía, las hermandades como protesta, no procesionaron en la madrugada del Viernes, y solo tres salieron durante los demás días de la Semana Santa. Pero la cosa no quedó ahí, ya que la alcaldía seguía erre que erre intentando imponer esta resolución, y las hermandades en rebelión negándose a salir en estas condiciones poniendo en jaque al alcalde. En este «baile» municipal en donde las hermandades se negaban a danzar al son que les tocaban, estuvieron por 4 años, ya que en 1840 el ayuntamiento cede y fue derogada la prohibición municipal de 1836 que impedía a las hermandades hacer estación de penitencia nocturna.
     Durante estos años muy pocas hermandades salieron, y la única que pasó por el aro siguiéndole el juego al alcalde y haciendo estación de penitencia cada año fue La Amargura.

      El «mangoneo» de 1872 vino esta vez por parte de la mitra. D. Victoriano Guisasola, secretario del Arzobispado, dictó una prohibición para que las hermandades no aceptaran la subvención municipal. La razón (horror y espanto para el arzobispado) era que los fondos de esta subvención eran procedentes de la actuación de una compañía de bufos que actuaba en el Teatro San Fernando, y que era dirigida por Francisco Ardennis. Para implementar esta prohibición Palacio amenazó a las Hermandades que aceptaran el dinero, con no sacar las cruces parroquiales ni los prestes en sus cortejos. Catorce hermandades hicieron oídos sordos y sacaron sus cortejos procesionales en estación de penitencia ese año.
     De los mangoneos municipales, la anécdota más divertida tuvo lugar en 1913, en el Cabildo de Toma de Horas. El alcalde de la ciudad (D. Federico Amores Ayala, Conde de Urbina) advirtió a las cofradías so pena de multa a que no se retrasasen a su paso por los Palcos o fueran demasiado lentos, a lo que los cofrades de la Quinta Angustia respondieron, que la culpa era de la Presidencia Municipal, y otras autoridades municipales, que al retrasarse los citados, hacían a los guardias municipales parar las cofradías en Sierpes sin dejarlas pasar hasta que las citadas autoridades aparecieran en los palcos.

      En la década de los 20 de la pasada centuria, uno de los más sonoros «Mangoneos de Palacio» son los que protagonizó el Cardenal Arzobispo de Sevilla, Eustaquio Ilundain, con la hermandades en general, y con la Macarena en particular. En 1921 nombró una Comisión Administradora para «encauzar la vida y gobierno» de la Macarena... esto no le hizo ninguna gracia a los macarenos que se metieran de por medio en su propio gobierno, pero la cosa se agravó en 1925 cuando el cardenal suspende las elecciones y nombra una gestora; dos años después nombra una Junta Extraordinaria para el Gobierno de la hermandad y prohíbe la celebración de Cabildos Generales durante 5 años. Pero la cosa no acaba ahí, ya que en 1929 nombra Hermano Mayor a un bilbaíno de su confianza recientemente llegado a Sevilla y que se había apuntado a la hermandad unos días antes... al final acabo todo esto como el Rosario de la Aurora, con toma del pueblo de la sala Capitular de la Hermandad para evitar la toma de posesión y con la intervención de la fuerza pública. El Cardenal intentó imponer su voluntad en nombrar ese bilbaíno como Hermano Mayor... pero nunca lo logró.
     Este fue el Cardenal que prohibió el cante de las saetas, y que en 1929 dictó el denominado Decreto de los Prelados  que entre otras cosas se limitaba la permanencia en el cargo de Hermano Mayor por más de 5 años, el número de miembros en una junta etc... La Sevilla cofradiera, que estaba de Don Eustaquio hasta los mismísimos, contratacó sirviéndole un poco de su propia medicina, ya que la Hermandad de los Negritos, siguiendo a rajatabla el Decreto,  destituyó al propio Cardenal Ilundain, ya que por más de 150 años los Arzobispos de la ciudad eran los hermanos mayores de la corporación, y éste llevaba más años en el cargo que los aceptados por el Decreto. La venganza del Cardenal no se hizo esperar, Ilundain retiró las Reglas de la hermandad, intentó imponer una Gestora (que no se formó porque nadie aceptó ser parte de ella) y la hermandad quedó totalmente desorganizada de 1930 a 1934.
     Sonado fue el mangoneo de la autoridad eclesiástica en 1990 a las hermandades de las Siete Palabras y la Lanzada, en que la Vicaría, por decreto, y sin haber mediado concordia entre esas hermandades, obligó a la hermandad de las Siete Palabras a ocupar el último lugar en el Miércoles Santo. Las Siete Palabras, por obediencia al prelado atacó la orden en el Cabildo de Tomas de Horas; pero llegado el Miércoles Santo mostró pública protesta ante esta decisión con los siguientes hechos: al llegar al palquillo de la Campana, la venia para entrar en la carrera oficial, en vez de pedirla un nazareno, la pidió un notario, que fue rechazado por los miembros del Consejo, ya que argumentaban que solo un nazareno podía pedirla, tampoco pidieron venia en los otros controles del Consejo. Todos los cirios de los nazarenos fueron apagados en este lugar, así como se retiraron las bandas de música, sin tocar por toda la Carrera Oficial. Los dos primeros pasos no los pararon en el palquillo; pero el paso de la Virgen que iba presidido por el Arzobispo, el prelado obligo a que lo pararan ante los señores del Consejo en la Campana y la Plaza de San Francisco.
     Uno de los últimos mangoneos por parte de la mitra vino con el cambio de milenio, en el que el Arzobispado trató de imponer un «Impuesto sobre las Rentas Brutas de las Hermandades», lo cual no progresó, y por el cual el Señor Arzobispo (hoy Cardenal), empezó a conocérsele en Sevilla bajo el sobrenombre de «fray peseta». Como otro mangoneo reciente, tenemos el muy traído y llevado tema de la mujer nazarena en las hermandades, que incluso llego a congelar la aprobación de las reglas de las hermandades que en cabildo habían decidido no incorporar en sus filas de nazarenos a las hermanas de la misma, y el consiguiente recurso que pusieron las hermandades en palacio.

© C. R. Worth.  14- IV- 2008