Las ánimas benditas
Era temporada de vendimia, y prácticamente todos los habitantes del
pueblo se dedicaba a esta faena agraria, en especial los más jóvenes. Clotilde con su prima y amigas se habían
apuntado con el patrón para trabajar en el campo y así sacarse unas pesetas
extras. Querían ir a la capital y comprarse un vestido como el que le habían
visto lucir en el NoDo a Sara Montiel, así que estaban ahorrando y con este
trabajo extra, aparte de lavar y planchar ropa, alcanzarían su meta económica
para el viaje y el vestido.
Clotilde vivía con sus abuelos, y como ya estaban un poco chochos, no se
fiaba de ellos para que las despertaran a tiempo. Su prima Juana y sus amigas
Petra y Nicolasa se quedaron en casa para ir todas juntas al trabajo a la
mañana siguiente, pues la vendimia empezaba al alba.
Las cuatro se quedaron a dormir, juntas, en un camastro de una habitación
que solía estar vacía y en la que acostumbraba dormir su tío Salustiano cuando
venía de viaje. Era una cama amplia de metal de bronce con colchón de miraguano,
almohadas de lana y sábanas de blanco lino, con colcha de
crochet.
Como no tenían despertador y no se fiaban de los abuelos, una de las
jóvenes propuso que les rezaran a las ánimas benditas del Purgatorio para
despertarlas, ya que su abuela siempre lo hacía y decía que eran fieles y nunca
fallaban. Las cuatro adolescentes se arrodillaron en sus camisones de dormir, y
entre risitas le pidieron a las almas en pena que las despertaran para no
llegar tarde al trabajo. Las cinco de la madrugada fue la hora escogida, para
tener tiempo de asearse, desayunar, y andar hasta la viña de Don Anselmo.
A la hora elegida sintieron una brisa gélida en sus caras que hizo que un
par de ellas se despertase, pero la ventana y la puerta estaban cerradas. Tras
la fría experiencia escucharon gritos de horror, llanto, y quejas como si
alguien estuviese torturado, quemado o ante un dolor inhumano; eso hizo que las
cuatro se despertaran y espabilaran totalmente. Súbitamente, la cama empezó a
sacudirse, parecía como si hubiese un terremoto dentro de la habitación, pero
era el único mueble que se movía virulentamente. Las jóvenes que ya gritaban a
la par, en medio de la oscuridad, empezaron a sentir como unas manos invisibles
jalaban de la colcha para destaparlas. Clotilde se armó de valor y agarró el cobertor que ya estaba a sus
pies, las cuatro se taparon y metieron bajo las cobijas agarrándolas
fuertemente.
Las jóvenes entre llantos y gritos pedían a las ánimas que se marcharan, estaban
paralizadas ante tan horrible experiencia. Ninguna se quiso levantar hasta que
la luz del día inundó la habitación y pudieron comprobar
que no había nadie, ni nada allí.
Llegaron tarde al trabajo, y casi lo perdieron por la falta de
responsabilidad de estar a tiempo el primer día, pero sobre todo, aprendieron
una valiosa lección. El sentido de encomendarse a las ánimas es para velar por
tu alma si falleces durante la noche, y seguramente esta trivialización de su
noble fin usándolas como un vulgar despertador, quizá las enfadaran. Nunca más
volvieron a rezarles para ese propósito, solo para pedirles perdón.
© C. R. Worth