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Wednesday, January 27, 2016

A la deriva





A la deriva


Era una noche sin luna y en aquellos lugares donde se podían ver las estrellas, parejas de enamorados miraban al firmamento sin saber lo que estaba sucediendo simultáneamente en todo el planeta. Mientras, iba avanzando la noche y el manto de oscuridad arropaba las negras aguas bajo la quilla de los barcos. La tierra giraba y según se sumergían los territorios en la negrura, sucedió. A unos les vino desde arriba, a otros desde abajo.
Le pasó a «La reina de Escocia» que navegaba por el Mar del Norte, al «Calipso» en el Caribe, al «Palas Atenea» en el Egeo, le ocurrió a «El dragón milenario» cercano a Singapur, al «Glaciar azul» en Alaska, al «Koala intrépido» en Australia, y así un sinfín de cruceros alrededor del mundo, del mismo modo que a barcos de carga. Los sobrevivientes no recordaron que pasó, solo el infierno que vivieron hasta que sucumbieron. No tenían control de los barcos y los ordenadores mandaban a sus compañías mensajes automatizados como si todo estuviera bien, sin poder hacer nada. Numerosas personas habían desaparecido. No era posible que tantas hubieran caído al mar; y cuando mandaban una expedición a la bodega para hacer reparaciones, nunca se sabía nada más de ellos. El terror se hacía cada vez más patente entre las tripulaciones de los barcos.
Primero se escuchaban miles de chillidos agudos que como cantos de sirena atraían al incauto a acercarse al lugar. Cuando entraban en el oscuro recinto, se hacía el silencio y miles de ojos diminutos y brillantes surgían de la oscuridad. Después venían los gritos y los disparos, para seguir un silencio sepulcral, y luego otra vez los chillidos agudos.
Unos hablaban de monstruos del averno, otros de criaturas mutantes, demonios de las profundidades del mar y los que tenían una imaginación más voraz, del octavo pasajero cinematográfico.
El terror se expandió cuando por la mañana aparecían en los camarotes los restos: esqueletos devorados en casi su totalidad. Unos en sus camas, otros en el suelo, o incluso la bañera. Alguien o algo se estaba dando un festín y solo quedaban los despojos en un charco de sangre.
La población de los navíos se iba reduciendo, y aunque intentaban acelerar los motores para llegar a puerto, todo había dejado de funcionar. Era una verdadera pesadilla, estaban aislados en medio del mar.
El monstruo o «los monstruos» salieron de las profundidades y más recónditos rincones de los barcos al alba. Miles de ratas rabiosas se hicieron dueñas de todas estas embarcaciones alrededor del mundo y empezaron a devorar a sus pasajeros y tripulaciones. La gente, al ver esta alfombra negra y parda que se dirigía hacia ellos saltaban por la borda o intentaban inútilmente dirigirse a los botes salvavidas. Todo era infructífero, las ratas sabían nadar y saltaban tras ellos para que nadie quedara vivo…

La fase uno se había cumplido. Ahora bajeles alrededor del mundo navegaban a la deriva infectados con miles de ratas carnívoras. Las corrientes las llevarían a la costa y desde allí podrían expandirse y alimentarse de la población del mundo, pueblo tras pueblo.

Desde la nave espacial los extraterrestres sonreían. Tras abducir los barcos habían eliminado  a todos aquellos con un espíritu de lucha,  a los valientes, a los líderes, quedando solo los cobardes, los conformistas, los de espíritu borreguil que no sabrían defenderse o tomar una postura de supervivencia.  Sus ratas estaban cumpliendo su misión. Tras comerse a la población mundial, llegaría la fase dos y podrían invadir la tierra sin resistencia…



© C.R. Worth

Monday, January 4, 2016

Regordimientos




Regordimientos
(Basado en hechos reales)


Ocurre todos los primeros de Enero, hacemos promesas de lo que vamos a hacer, año nuevo, resoluciones nuevas. Hay quien pretende dejar de fumar, otros están determinados a ahorrar y no despilfarrar, hay quienes incluso se morderán la lengua y dejarán de decir ordinarieces y otros, la inmensa mayoría, empezarán una dieta. 

Todos hacemos excesos en Navidad, las comidas familiares, los ágapes de empresas, y los atracones de turrones, mantecados y polvorones… al fin y al cabo es una vez al año, y ¡quién se priva de ese asado, de las nueces, los dulces y los licores! Pero esa dieta hipercalórica pasa factura, y luego cuando te posas sobre la báscula piensas que lo has hecho sobre un ventilador (si es de agujas) o un coche de carreras (si es digital). Entonces llegan los «regordimientos» esos remordimientos por estar gordo. Las dietas de lechugas para muchos, y del cucurucho para una afortunada minoría. Los más concienciados deciden ir al gimnasio a quemar calorías. 

Un año una amiga me convenció para ir con ella a unas clases de aerobic para perder esos kilos de más.  No estaba gorda, pero si rellenita comparado con lo que siempre he sido, el espíritu de la golosina, «chupá».
Decidida me puse mis botines, mis pantalones cortos y la camiseta, y nos fuimos al gimnasio de señoras que ella recomendaba. Debo de confesar que mi mayor preocupación era el tipo de música «papachín – papachán» que ponen en esos lugares para coger ritmo en los ejercicios, sobre todo para alguien como yo que se considera bastante elitista en sus gustos musicales con una preferencia por lo clásico (aunque también me gusta el rock), pensaba que me iba a dar un telele con rap o hip-hop, y que esa sesión sería una verdadera tortura auditiva en vez de física. Pero la selección musical no tuvo que ser excesivamente mala porque no es el detalle que recuerdo y que me dejó pasmada.

Habríamos unas veinte señoras de todos los tamaños y colores; pero mi primera sorpresa fue la monitora de la clase que apareció con toalla al cuello. Sin exagerar sería una moza que rondaría los noventa kilos, eso sí, como mucha vitalidad y flexibilidad. Tras una hora de intenso «cardio», me pregunta mi amiga:   
̶̶  ¿Qué te ha parecido, vienes la semana que viene?
A lo que le contesté:
̶̶  Si esa señora está allí todo el día pegando saltos y haciendo ejercicios a diario y ella no baja de peso, sin duda ¡yo no voy a perder peso por una hora a la semana!

Fue la primera y última vez que pisé un gimnasio.  
 
Moraleja: no hay nada como una monitora con exceso de peso para estar libre de regordimientos de año nuevo.



© C.R. Worth

El regalo




El regalo

Las Navidades anteriores fueron las peores de su vida y quería borrar ese recuerdo, por lo que estaba determinada a que ese año sería el mejor de su existencia, esa Navidad sería memorable.
Sara hizo un gran esfuerzo para que todo fuera perfecto, decoró la casa haciéndola más hermosa que nunca, horneó dulces, la música navideña sonaba todo el día, su hogar olía a pino y canela, puso el Belén y decoró su árbol. Estaba lista y tras mucho tiempo, feliz; sobre todo por el regalo que había debajo del árbol.  
Había esperado ese regalo por más de un año, y era lo que más deseaba en la vida. Era el regalo más hermoso que nadie pudiera imaginar, envuelto con un gusto exquisito.
Llegado el día de Navidad abrió su regalo con ansias, para encontrar dentro un corazón seco, reducido y sin vida. Entonces fue cuando se dio cuenta de que su pecho estaba vacío.


© C.R. Worth