A la deriva
Era una noche sin luna y en aquellos lugares donde se podían
ver las estrellas, parejas de enamorados miraban al firmamento sin saber lo que
estaba sucediendo simultáneamente en todo el planeta. Mientras, iba avanzando
la noche y el manto de oscuridad arropaba las negras aguas bajo la quilla de
los barcos. La tierra giraba y según se sumergían los territorios en la
negrura, sucedió. A unos les vino desde arriba, a otros desde abajo.
Le pasó a «La reina de Escocia» que navegaba
por el Mar del Norte, al «Calipso» en el Caribe, al «Palas Atenea» en el Egeo, le
ocurrió a «El dragón milenario» cercano a Singapur, al «Glaciar azul» en
Alaska, al «Koala intrépido» en Australia, y así un sinfín de cruceros alrededor
del mundo, del mismo modo que a barcos de carga. Los sobrevivientes no
recordaron que pasó, solo el
infierno que vivieron hasta que sucumbieron. No tenían control de los barcos y
los ordenadores mandaban a sus compañías mensajes automatizados como si todo
estuviera bien, sin poder hacer nada. Numerosas personas habían desaparecido.
No era posible que tantas hubieran caído al mar; y cuando mandaban una
expedición a la bodega para hacer reparaciones, nunca se sabía nada más de
ellos. El terror se hacía cada vez más patente entre las tripulaciones de los
barcos.
Primero
se escuchaban miles de chillidos agudos que como cantos de sirena atraían al
incauto a acercarse al lugar. Cuando entraban en el oscuro recinto, se hacía el
silencio y miles de ojos diminutos y brillantes surgían de la oscuridad.
Después venían los gritos y los disparos, para seguir un silencio sepulcral, y
luego otra vez los chillidos agudos.
Unos
hablaban de monstruos del averno, otros de criaturas mutantes, demonios de las
profundidades del mar y los que tenían una imaginación más voraz, del octavo
pasajero cinematográfico.
El
terror se expandió cuando por la mañana aparecían en los camarotes los restos:
esqueletos devorados en casi su totalidad. Unos en sus camas, otros en el
suelo, o incluso la bañera. Alguien o algo se estaba dando un festín y solo
quedaban los despojos en un charco de sangre.
La población de los navíos se iba reduciendo, y aunque
intentaban acelerar los motores para llegar a puerto, todo había dejado de funcionar. Era una verdadera pesadilla, estaban
aislados en medio del mar.
El monstruo o «los monstruos» salieron de las profundidades y más recónditos
rincones de los barcos al alba. Miles de ratas rabiosas se hicieron dueñas de
todas estas embarcaciones alrededor del mundo y empezaron a devorar a sus
pasajeros y tripulaciones. La gente, al ver esta alfombra negra y parda que se
dirigía hacia ellos saltaban por la borda o intentaban inútilmente dirigirse a
los botes salvavidas. Todo era infructífero, las ratas sabían nadar y saltaban
tras ellos para que nadie quedara vivo…
La fase uno se había cumplido. Ahora bajeles alrededor del mundo navegaban a la
deriva infectados con miles de ratas carnívoras. Las corrientes las llevarían a
la costa y desde allí podrían expandirse y alimentarse de la población del
mundo, pueblo tras pueblo.
Desde la nave espacial
los extraterrestres sonreían. Tras abducir los barcos habían eliminado a todos aquellos con un espíritu de lucha, a los valientes, a los líderes, quedando solo los cobardes, los conformistas, los de
espíritu borreguil que no sabrían defenderse o tomar una postura de
supervivencia. Sus ratas estaban
cumpliendo su misión. Tras comerse a la población mundial, llegaría la fase dos
y podrían invadir la tierra sin resistencia…
© C.R. Worth