Archivo

Thursday, August 20, 2015

La lápida





La lápida

Contaba la leyenda que en ese cementerio estaba enterrado el ser más diabólico que vivió en Bloodville, NY. Había muchas historias relacionadas con Alastar Pickleberry, y todas las maldades que hizo en vida y tras ella… pero nunca se había encontrado su lápida, o registros de la época que confirmaran todos los rumores populares. Pero los habitante de Bloodville, habían relatado esos siniestros episodios generación tras generación, sobre todo en Halloween.
Milton Miller, estudiante graduado del The City University of New York, estaba realizando una prospección arqueológica en el citado cementerio, siguiendo su tesis sobre arqueología forense, centrada en el impacto ecológico y nutrición de la zona en los restos del cementerio.
Iba sacando cadáver tras cadáver y analizándolos hasta que se encontró con una misteriosa losa, ya que el cementerio solía tener las lapidas verticales, pero no una losa sobre el suelo cubriendo la tumba. Ya de por sí el hallazgo era notoriamente diferenciador, pero más lo fue notar que la piedra estaba quebrada y distanciadas las partes una de otra. La segunda sorpresa fue encontrar en las desgastadas letras el nombre del difunto: Alastar Pickleberry 1808 – 1842 con el epitafio «Que Dios se apiade de su alma». La leyenda tomaba forma real para transformarse en un gran descubrimiento.
Sabiendo las historias populares de ese individuo, ahora había mas preguntas sin respuestas.  ¿Qué causó la fractura de la lápida, y porqué los restos estaban separados?, ¿la había partido un rayo fruto de la justicia divina?, ¿estaban sus restos separados por desplazamientos de tierra?, o ¿un enemigo profanó la tumba como venganza post mortem?
No podía ser eso, algo no cuadraba. Los siguientes descubrimientos fueron aún más perturbadores. El estudio de la piedra desveló que la losa se había quebrado por un impacto desde debajo de la tierra. No era por un golpe desde la superficie, sino de abajo a arriba.

Era una tarde desapacible, fría, con una gélida ventisca que acercaba los oscuros amenazantes nubarrones, el equipo de Milton trataba de terminar cuanto antes la prospección, antes de que llegara la lluvia, estaban tan cerca de encontrar el cadáver de leyenda… Retiraban capa tras capa de tierra, y los restos putrefactos de la madera del ataúd, que aparentemente estaba astillado.
Fue una gran decepción, no había restos humanos dentro. Era inexplicable. De repente Milton lo comprendió, y la sangre se le heló. Sin saber porqué levantó la mirada hacia los árboles cercanos, una figura lo observaba entre los sotos; vestía de negro con el frac característico de la época victoriana, chaleco de cuello alto, corbata pequeña y pantalones grises ceñidos. Estaba tremendamente pálido, y sus miradas se encontraron. Una malévola sonrisa se dibujó en su rostro mostrando sus colmillos. Se colocó la chistera y desapareció en el bosque.


© Concha R.W

Ray of Light





Ray of Light

Andaba a tumbos por la discoteca,  fruto del exceso de alcohol y los cuatro porros que ya se había fumado. Necesitaba olvidar, dejar de sentir tanto dolor. Hacía apenas tres meses que se había casado y un fatal accidente le arrebató su universo entero. Toda la vida buscando al hombre ideal y cuando lo encontró y ya se sentía completamente feliz, la fatalidad le despojó de ese sentimiento.
El alcohol y las drogas no la estaban dejando insensible como ella quería, así que dio un paso más en su búsqueda para sentirse entumecida, para no sentir nada.
Conocía al camello que solía pulular por la discoteca, así que se dirigió hacia él para comprar una raya de coca. Con un billete hizo un canuto para esnifar la cocaína, y el efecto fue casi inmediato.
El dolor desapareció, se sentía ligera de cabeza, como si estuviera volando hacia casa y su amado Marcos. Los recuerdos de felicidad eran más intensos de lo que pudiera acordarse. Se sentía en el cielo.
De manera súbita la música empezó a tomar forma, las notas se tornaron en burbujas multicolores que danzaban con ella en el aire. No solo podía ver la música, sino que podía olerla y tocarla. Los registros electrónicos brillaban como centellas, y el ritmo de la batería era como explosiones de fuegos artificiales. Sacaba su lengua y el polvo de luz tenía mil sabores; a melocotón, sandía, pimienta, langostinos y otras sutilezas que nunca podría haber imaginado. Un dragón hecho de flores serpenteaba entre las bolas de espejos y los rayos polícromos. Sonaba la canción de Madonna «ray of light», y los sones la estaban atravesando con placer mientras jadeaba en medio de la alucinación.
De pronto un rayo de luz cegador veló sus ojos. Su corazón dejo de latir y se desplomó en medio de la discoteca. Tenía una sonrisa en sus labios, había conseguido dejar de sentir.


© Concha R.W


Saturday, August 15, 2015

El florero




El florero

Era el jarrón para flores más hermoso que nadie pudiera imaginar, pintado a mano, delicadamente modeladas sus formas y sus diseños. Refinado, exquisito, no había otro igual; y sin duda era la pieza que cualquier persona de buen gusto querría tener en su casa.
Expuesto en la Galería de Arte más prestigiosa de la ciudad fue adquirido por un joven empresario, que en su rampante carrera financiera quería rodearse de las cosas más bellas y caras, y presumir de ellas.
Primero ocupó un lugar prominente en su casa, para poco a poco ir cambiando de sitio hasta llegar a un cuarto sin uso. Allí olvidado, sus flores se volvieron mustias, una espesa capa de polvo lo envolvió, y sufrió la languidez del ser relegado. 
Un día entró un ladrón en la casa y vio el tesoro que ocultaba el trastero, y sin ser notado por su amo se lo llevó. El ladrón le devolvió al florero el lustre y el esplendor primitivo, una belleza intrínseca que siempre había estado allí.
Cuando el joven empresario notó su falta, montó en cólera, su preciada obra de arte había desaparecido, era suya, su posesión, y no estaba dispuesto a que nadie le quitara lo que le pertenecía. No importaba que ni lo mirara, que nunca lo usara; lo que le recomía por dentro era que otro usara su jarrón.
Así se sintió Marta, como el jarrón, cuando Julián le hizo sentirse otra vez mujer y no como Emilio, que para él, ella era igual que su preciado florero. 

© C. R. Worth

Sunday, August 2, 2015

Primero





Primero

Nunca en su vida había sido un triunfador, el primero en nada, no ganó ninguna competición escolar, no desfloró a ninguna virgen, no fue el primero en casarse de sus hermanos o amigos, o el primero en ser padre. Era el último de cuatro hermanos, todos varones, y cubrió la penúltima plaza libre en su puesto de trabajo. Ni siquiera fue el primer marido de su esposa, y no su prioridad o primer amor, ya que ella decía que era lo que más quería en el mundo después de sus hijos, claro está. Ni aún su perro lo prefería a él, y sus hijos eran madreros.
Ansiaba y desesperaba ser el primero en algo en la vida, o para alguien.
Entonces sucedió, la Parca vino a visitarlo y fue el primero de sus hermanos en morir, el primero de sus amigos en fallecer, el primero en tener un accidente de trabajo con fatalidad en su compañía, y por fin su familia lo lloró porque fue la primera pérdida que experimentaron en sus vidas. Lo había conseguido, había triunfado, al final fue el primero en algo.


© C. R. Worth