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Thursday, August 14, 2008

Inmortales por insignificantes

Inmortales por insignificantes




Mi última visita a la Semana Santa del Sevilla en el 2008 estuvo jalonada de maravillosas experiencias; pero como el dios Jano, con dos caras, en el reverso de la moneda también están aquellas experiencias que no fueron precisamente agradables.
     La recopilación en mi memoria de esos sucesos y sus protagonistas, me hicieron recordar la película Amadeus (que no sé si la habrán visto) en la que en la escena final, cuando Salieri se declara el santo patrón de los mediocres y va guiado en la silla de ruedas por el manicomio, declara algo así como «mediocres de todo el mundo, os absuelvo». Y es a esos mediocres, seres insignificantes sin nombres ni apellidos a los que va dirigido este artículo.
     Hay toda una fauna en el mundo de las cofradías que daría para estudios antropológicos, sociológicos e incluso psiquiátricos. Una de estas interesantes especies --en un lenguaje de por andar por casa-- sería el típico niñato, el quiero y no puedo, los ávidos de protagonismos y poder, esos jóvenes con casi la cama en la casa de hermandad, de espíritu pelotero y servil, dispuestos a todo por la soñada posición futura en una junta de gobierno.
     Estos jóvenes codiciosos de protagonismo y ser alguien en la hermandad, en el momento que se les da un poco de responsabilidad, se creen Capitanes Generales de sus corporaciones, y con aire majestuoso cual pavo real mostrando todas sus plumas, medalla al cuello y pin en la solapa, deambulan en los eventos de sus hermandades cabeza en alto y mirando por encima del hombro tratando despóticamente a los fieles.
     Desafortunadamente me encontré con este espécimen --sin peligro de extinción-- en mi visita a los templos en tiempo de cuaresma; en concreto en Los Terceros. No sé si pertenecía a la Cena o Los Caballos, ya que ambas corporaciones comparten templo por las obras en Santa Catalina, que han obligado a la hermandad de La Exaltación a buscar nuevo alojamiento. 
 
      Domingo de Pasión, allí estaba yo más feliz que en unas pascuas, haciendo fotos como loca, recuperando 16 años sin Semana Santa en Sevilla. Y como yo, un centenar de personas más, unos admirando, otros fotografiando... Los pasos tenían la típica protección alrededor para que la gente no se dedicara a toquetear, medida que aplaudo porque la grasa natural que hay en los dedos dañan el dorado. El paso de Los Caballos estaba en la entrada a la derecha del templo, pero con un espacio abierto y holgado entre la pared y el paso, en él me metí (sin salvar obstáculos ni protección) para hacer fotos de las cartelas de ese costero. A eso que me viene un niñato grosero y de malas maneras diciéndome que me quitara, que ahí no se podía estar. El típico pavonero que se cree el Hermano Mayor, pero que su hermandad no le ha dado un cursillo de buenas maneras y como tratar con educación a la gente. Es más, si ese espacio estaba vetado, ¿por qué no lo cerraron a cal y canto antes? Después Mister Importante movió un banco para bloquearlo.
     ¿Qué necesidad hay de tratar a la gente que va a admirar a tu hermandad a patadas?, ¿qué daño hacemos los que no tocan y solo hacen fotos; especialmente en los templos porque sabemos que en la calle es difícil acercarse al paso? ¡Después, todos estos no meapilas, sino meaestandartes, les encantan visitar webs como estas y encontrarse buenas fotos de los detalles de los pasos! 
     El otro niñatito me lo encontré alrededor del paso de Cristo de los Gitanos, en la mañana del Viernes Santo por Almirante Apodaca. Un niño enjuto que no llegaría a la veintena y cuyo pasatiempo la semana anterior seguro era el explotar los barrillos de la cara, pero ese día «boina verde» protector del paso se dedicaba a empujar a la gente para que no se arremolinara alrededor del mismo ni cuando estaba parado; lleno de sí, engreído «fiscal de paso», nos lo puso muy difícil a todos los que tratábamos de sacar una foto decente.
     Así llegamos al Sábado Santo. En la calle Alfonso XII no cabía un alfiler, y poco más adelante de la entrada del Duque había una bulla espantosa: los que desde la Campana intentaban llegar a Alfonso XII o cerca del Corte Inglés; los que como yo y mi comadre intentábamos desde Alfonso XII ponernos en la plaza a una distancia y alejados de la bulla; y los que estaban en la plaza intentando llegar a Alfonso XII o Campana... Un tapón en donde no se podía mover casi nadie, pero que los sevillanos con años de experiencia a sus espaldas en una bulla, y con estoica paciencia saben bandear esa situación, moviéndose poco a poco siguiendo la corriente de esa marea humana, y entre aquellos que no piensan moverse, se mueven como aceite en una piscina de agua llena de obstáculos.
     Pues allí apretujados también estaba un miembro de la Policía Nacional, un tío como un trinquete con un ataque de histeria porque seguramente no podía controlar la situación, gritándole a todo el mundo, y a mí por poner mi mano en su espalda para mantener la distancia (mejor la mano que el careto), gritándome que no lo empujara; ¡menudo impresentable! Este miembro del orden público, que se manejaba con supina estupidez en semejante situación, claramente no era sevillano ni estaba acostumbrado a una bulla. Fruto seguramente de una guarnición de refuerzo proveniente de Badajoz o Dios sabe de dónde, que tiene una experiencia «cero» con una bulla. Si la policía tiene que mandar personas de otras localidades, lo mínimo sería hacerles una evaluación psicológica para ver si padecen demofobia o agorafobia. O que pasaran por una sesión de entrenamiento en la que en una habitación 5m x 5m metan a 200 personas con el policía tratando de ir de la puerta A a la puerta B.
     Domingo de Resurrección en Sevilla; y este día que con tristeza despedimos nuestra Semana Santa, resultó también ser la perla de la infamia.
     El Domingo de Resurrección es un día estupendo para visitar iglesias y ver pasos. No tienen el esplendor del Domingo de Ramos, con las flores frescas y la cera sin derretir; pero si el encanto poético del paso exhausto de vivencias, devoción y esa última saeta aún latente en la encarnadura de las imágenes. Es además el día en que mejor puedes disfrutar de cada detalle de los pasos, cada recoveco de la talla o el cincel... ya que las iglesias suelen estar prácticamente vacías, y puedes admirar reposadamente, asimilando en cada poro de tu piel la gloria de la Semana Santa de Sevilla.
 
      Tras un peregrinar por varias iglesias, llegué a San Nicolás, para ver la Candelaria, tan vinculada con mi familia. La iglesia estaba abierta y totalmente vacía, ni un alma. Allí aproveché para hacer fotos tras la reja a las insignias, los detalles de los pasos y los retablos de la iglesia. Cuando estaba enfrascada en sacar cada detalle que pude del paso de Nuestro Padre Jesús de la Salud, y fotografiando el costero izquierdo, un señor que poco antes apareció preparando el altar para la misa, colocando el leccionario para las lecturas en el atril etc, me vino de mala manera diciendo que no podía sacar fotos, que me quitara de allí. Me explico, en ese lado había bancos, pero muy retirado de los pasos y con un espacio extremadamente holgado entre ellos y el paso. El primer banco estaba más cercano al paso, pero no puesto como una barrera, más bien acondicionado para los fieles para la misa. Le dije que no estaba tocando nada, que solo estaba haciendo fotos, a lo que me reincidió que ahí no se podía estar para hacer fotos (a esto, a parte de este señor habíamos entonces tres personas en la iglesia, ni una sentada para la misa); a lo que le dije si podía hacer fotos desde allí (señalando el altar a la cabecera de la nave de la epístola, al menos a 10 metros del paso) lejos del paso, y los bancos; y me dijo que desde allí tampoco podía hacer fotos. En ese momento estaba que echaba leches, y si no fuera por el tamaño aparente normal de su cabeza hubiera pensado que un Jíbaro había estado jugando con ella, aunque quizá lo hizo y lo que había reducido era el cerebro al tamaño de una nuez; pudiéndole dar mejor uso a la cabeza y usarla como maraca. No salía de mi asombro. ¿Cómo es posible que semejante impresentable estuviera a cargo de los pasos?
     Que se creía este señor, ¿que los pasos tenían selafobia e iban a salir corriendo? o ¿pensaba que podía hacerle daño con los flash?; lo dudo, porque semejante individuo no creo que en su vida haya oído hablar de un luxómetro ni la fórmula matemática lux/hora que se emplea en los museos para la protección de las obras de arte de la luz. A parte, la luz del flash es blanca, y menos dañina que la luz natural que está cargada de rayos ultravioleta. No, este señor que seguramente tiene el coeficiente intelectual de un picaporte, dudo que se enfrascara en estas cábalas para que yo no pudiera hacer fotos.

     En resumidas cuentas, todos estos ejemplos no son más que una cuestión de poder, de ejercer la santa voluntad de estos individuos y manipular los destinos de otras personas. Paniaguados que fuera de estos círculos cofradiles no son absolutamente nadie. Mediocres que no han logrado nada en la vida, y que el día en que mueran ellos y aquellos que lo conocieron, nadie los recordará, y no serán más que una estadística de población en un libro de historia.
     Evocando a Salieri en el comienzo de este artículo; mediocres de todas las hermandades, os absuelvo. Ávidos de poder y protagonismo, llegasteis al Edén de la fama a través de este artículo, y ahora sois inmortales por insignificantes.

©  C. R. Worth.  14-VIII- 2008