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Tuesday, December 1, 1998

Habanera de ida y vuelta del alcohol


Habanera de ida y vuelta del alcohol

     El otro día leí un artículo de Don Antonio Burgos que me me hizo reflexionar sobre ese tema en concreto y las peculiaridades culturales a ambos lados del «charco». El artículo se titulaba «Sermón del botellón», y nos contaba sobre la tendencia beoda de la juventud española actual. Me sorprendió ver a los extremos que se está llegando, pues aunque ya sabía que la juventud lleva vida de murciélago y que las ciudades durante la noche se transforman en El Pais de las Maravillas para los amantes del empinar el codo, no tenía ni idea cuanto habían cambiado las cosas desde que dejé de vivir en mi querida España.
     Será el paro, será una juventud sin alicientes o serán las justificaciones sociales que le quieran dar, pero la raíz del problema es un cambio cultural generacional. Yo pertenezco a una generación en la que mi novio me venía a recoger a las siete o las ocho, paseito, tapita, cine y antes de que dieran las doce, como la Cenicienta, a casita; era una generación en la que tus mayores te enseñaban a beber:
«niña para beber hay que comer algo que si no te se sube a la cabeza», y la regla de oro es no mezclar bebidas. Te ibas a la Feria y te enseñaban que si quieres beber mosto debes de tomar algo graso: la tapita de jamón, el queso manchego o la caña de lomo, porque eso te produce una película en el estomago y así no te mareas; porque a la Feria uno va a divertirse y no a sufrir los efectos de mareos y vomitonas de los que abusan del alcohol. Hoy en día la juventud sale como muy temprano a las once de la noche, y ¿que bar de tapas van a encontrar abierto a esas horas?, los locales a los que asisten solo despachan licor, y con suerte quizá te pongan unos garbancitos y unas avellanas. Si bebes con el estomago vacío y encima hasta las claritas del día, pues ya me dirás. Esa tendencia nocturna empezó con la famosa «movida madrileña», y como se tiende a imitar a lo ajeno y despreciar lo propio, allá que todo el mundo quiso tener su movida y comenzaron a proliferar los bares nocturnos; y ¿porqué nuestras ciudades se transforman en tabernas?, porque tenemos la bonanza del clima andaluz, en el que en muy pocas ocasiones los rigores del frío te hacen permanecer dentro de uno de esos garitos.
     Por mucho tiempo he presumido aquí en Estados Unidos de nuestra cultura mediterránea y la juventud sana que sabe beber, en la que eras inculcado desde la infancia a saber los límites a la hora de disfrutar del alcohol, donde el vino y la cerveza estaban en la mesa de cada familia a la hora de comer, y en la que los niños aprendían desde chiquititos con la casera y unas gotas de tinto el sabio proceder, generación tras generación, de cómo abordar el zumo fermentado del dios Baco; y también te enseñaban a no dejar a un amigo tirado si estaba intoxicado de alcohol, sino que lo dejabas todo y lo lavabas a su casa. Me sentía orgullosa de mi bagaje cultural y el proceder de mis gentes en comparación con el americano que amamantado en un proceder cultural distinto tiene un contacto con el alcohol de una forma muy diferente. Y esa forma de entender el alcohol a mi parecer tiene su riza en la religión, protestante en su mayoría. Muchas ramas del protestantismo tienen explícitamente prohibidas la ingestión de alcohol, y si creces bajo esos parámetros con una sustancia que no es ilegal (si no lo tomas antes de los  veinte y uno), el típico adolescente está deseando de tomar aquello que está prohibido. Eso me recuerda como mi marido me contaba como cuando él tenía como diez y seis años se reunieron él y sus amigos en casa de uno de ellos para beber, para saber lo que era eso, beber sin ton ni son hasta caer al suelo borrachos, vomitona y resacón tras una tajá de mil demonios. Y después de la experiencia, del ritual de transición, ya eran todos hombrecitos; ya me dirán ustedes que mentalidad mas estúpida. Así que cuando uno de esos adolescentes llegan a nuestro país en sus vacaciones europeas, que todo niño bien tiene que tener, y encuentran a las ciudades y puertos de playa convertidos en taberna, más el aliciente del "happy hour", con la primera cerveza ya la tienen a cuadritos. Y hablando de mentalidades estúpidas no hay peor que las leyes gubernamentales del Estado de Georgia, en donde los domingos (hay que explicar que aquí todo está abierto sábados y domingos) está prohibida la venta de alcohol. Un país que bajo la constitución proclama la libertad de credo, tiene que pasar por el aro a todo el mundo en la ley protestante contra el alcohol; seas protestante o no, a comulgar con ruedas de molino, y el estado te rige y traspasa tu propia libertad de lo que debes de hacer. ¿Que piensan que van a evitar que la gente se embriague en "El Día del Señor" de esa manera?; primero, allá cada cual con sus convicciones religiosas, y segundo, no creo que sea posible regular eso; a parte puedes ir a un restaurante y pedir vino o cerveza con tu comida (eso no está prohibido en domingo, ¡faltaría mas!), te pides un aperitivo (porque aquí no hay tapas de aceitunas) y te puedes poner de mosto hasta las orejas, y se la das con queso al gobierno del Estado de Georgia.

     Hoy en día todo tiende a internacionalizarse y poner parámetros culturales bajo el mismo rasero, así que nuestra juventud se parece cada vez más a la americana, borracha a la primera de cambio, aunque por razones distintas; mi orgullo está por los suelos y ya no puedo presumir de los míos, así que cuando surja la conversación al respecto, no me queda otra que morderme los labios y con pena en el alma decir que eso es un cáncer generacional de todo el mundo, de una generación insensata postulando por la cirrosis. Mi única esperanza es pensar que esto es una moda que como las olitas del mar vienen y van, y que como la Semana Santa que casi la perdimos hace años y la juventud la retomó de nuestro patrimonio, igualmente retomará el saber estar y saber beber.
 
©  C. R. Worth.  Lawrenceville, GA. 1- XII- 1998