El Zoo de mi infancia
Habiendo nacido y crecido en Sevilla, uno se siente huérfano en lo que a
memorias animalisticas se refiere. Otras ciudades tienen Zoos más o menos
grandes en los cuales muestran a grandes y chicos animales de todas las
especies y rincones del mundo. Dan acceso educacional en vivo y en directo a
las distintas especies animales que pueblan la tierra, desde los más pequeños
insectos, a grandes reptiles, paquidermos, marsupiales, felinos... toda la gama
de mamíferos, aves de variadas plumas y colores, sin olvidar peces de aguas
saladas y dulces. Todos estos animales aparte de para el deleite de los
que los contemplan, están maravillosamente cuidados y en muchos casos en estos
lugares se prevé la extinción de estas especies. Con cada animal te encuentras
una ficha explicativa de su hábitat, procesos migratorios si los tienen,
patrones de vida etc. Es el mejor modo de enseñar a las nuevas generaciones a
respetar y amar a los animales, de incrementar su interés en la ciencia, en áreas
como la biología, geografía, climatología, veterinaria, medio ambiente etc.
Niños que no tienen acceso a animales es como robarles un pedazo de su proceso
educativo, dejarles un vacío en el corazón. En colegios e institutos, hoy en día
te hacen experimentar con ordenadores, con probetas y alambiques, con oscilómetros
y baterías, te llevan a exposiciones (si tienes la suerte de tener un museo
abierto), a fábricas para ver los procesos industriales, a Itálica, a la Gruta
de las Maravillas... pero ¿dónde llevan a los niños con interés en la
naturaleza por un precio módico?
Una servidora que se encuentra entre uno de esos miles de niños huérfanos de
animales en la infancia, se creó su propio zoo, y no tuvo más animales que
contemplar que sus zapatos gorila, las gomas pelícano, el lagarto de la
catedral y los politos de verano, el león de la Metro, los caballos de la
Feria, las zapatillas de deporte puma, y pensaba que todos los ratones parecían
como el ratón Mikey, los patos llevaban chaquetitas azul, y a todos los canarios
les parecía ver un lindo gatito. Afortunada devoradora de libros y documentales
en la tele, aprendió mucho de «El hombre y la tierra», «Planeta azul» y «Fauna
ibérica», maravillosos programas del desaparecido Félix Rodríguez de la Fuente,
que en blanco y negro mitigaba las carencias de muchos niños sevillanos y otros
lugares de España.
Por una temporada Sevilla tuvo un mini zoo situado en la isleta de los pájaros
del Parque de María Luisa, y a parte de las palomas, los pavos reales sueltos
por todas partes y algún que otro triste pájaro enjaulado, como exotismo en
esos cortos años hubo una pareja de Flamencos donados por la desaparecida
fábrica de cerveza sevillana Estrella del Sur. Esos pájaros junto a los
callejeros gorriones y los pajaritos de la Alfalfa los domingos, son la única
herencia animalística de nuestra ciudad (sin contar ratas, perros y gatos
callejeros).
En Estados Unidos (donde vivo) en todas las ciudades medianamente grandes hay
un zoo, y es parte de la vida de la ciudad, de la conciencia ciudadana.
Respetar y proteger a los animales. Estas entidades ofrecen una importante
oferta cultural para la ciudad, con programas de conferencias y actividades
para adultos y niños, colegios, programas con la universidad para investigación
etc... El ciudadano tiene conciencia de preservación y cuenta con numerosos
miembros que soportan estas instituciones, así como con un buen número de
voluntarios (entre ellos muchos jubilados) que pasan su tiempo de ocio en estos
lugares. Y aunque no lo crea un recinto lleno de animales es también un negocio
rentable.
Para un americano visitar el zoo de otra ciudad es parte del turismo nacional,
del itinerario para ver en otra ciudad, estando a la misma altura que visitar
el monumento a Lincoln, un museo de arte o el Gran Cañón. Ir a San Diego y no
visitar su zoo es un pecado mortal, probablemente uno de los mejores zoos del
mundo.
Sobre el espíritu americano del amor a los zoos tengo una anécdota graciosa
familiar. Un pariente americano llego a Madrid para visitar a la familia (no
fue a Sevilla, pobrecito no sabe lo que se perdió) y mis primos, cicerones muy
propios de la ciudad de la Cibeles, le dieron a elegir entre la variada oferta
cultural de la ciudad, ya sabe, el Museo del Prado, el Palacio Real etc etc; y
este buen señor que se maravillaba de los coches con marchas y que un vate
tuviera un chorrito, eligió ir al Zoo. Que me parece muy bien, que cada cual es
libre de hacer de su capa un sayo --aunque yo como historiadora del arte
considero un crimen ir a Madrid y no ver El Prado-- pero que te da una idea de
lo importante que para un americano es visitar un zoo y ver especies locales
que no son fáciles de ver en sus tierras de origen.
Desde aquí hago un llamamiento a la municipalidad sevillana, déjense de
proyectos faraónicos, de proyectos ruinosos para la ciudad y pongan un Zoo en
Sevilla. Sevilla tiene población suficiente para mantener viable uno, y no
digamos nada del turismo de la ciudad. Ya sé que la ciudad tiene otras
necesidades, pero esto es una inversión para entretenimiento y educación por
generaciones. Háganse un favor a ustedes mismos y sus familias porque es muy
triste que la memoria animalística de un niño sean los zapatos gorilas y el león
de la Metro.
© C. R. Worth.
Calhoun, GA. 27- XII- 2000
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