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Wednesday, December 27, 2000

El Zoo de mi infancia


El Zoo de mi infancia

            Habiendo nacido y crecido en Sevilla, uno se siente huérfano en lo que a memorias animalisticas se refiere. Otras ciudades tienen Zoos más o menos grandes en los cuales muestran a grandes y chicos animales de todas las especies y rincones del mundo. Dan acceso educacional en vivo y en directo a las distintas especies animales que pueblan la tierra, desde los más pequeños insectos, a grandes reptiles, paquidermos, marsupiales, felinos... toda la gama de mamíferos, aves de variadas plumas y colores, sin olvidar peces de aguas saladas y dulces.  Todos estos animales aparte de para el deleite de los que los contemplan, están maravillosamente cuidados y en muchos casos en estos lugares se prevé la extinción de estas especies. Con cada animal te encuentras una ficha explicativa de su hábitat, procesos migratorios si los tienen, patrones de vida etc. Es el mejor modo de enseñar a las nuevas generaciones a respetar y amar a los animales, de incrementar su interés en la ciencia, en áreas como la biología, geografía, climatología, veterinaria, medio ambiente etc. Niños que no tienen acceso a animales es como robarles un pedazo de su proceso educativo, dejarles un vacío en el corazón. En colegios e institutos, hoy en día te hacen experimentar con ordenadores, con probetas y alambiques, con oscilómetros y baterías, te llevan a exposiciones (si tienes la suerte de tener un museo abierto), a fábricas para ver los procesos industriales, a Itálica, a la Gruta de las Maravillas... pero ¿dónde llevan a los niños con interés en la naturaleza por un precio módico?

            Una servidora que se encuentra entre uno de esos miles de niños huérfanos de animales en la infancia, se creó su propio zoo, y no tuvo más animales que contemplar que sus zapatos gorila, las gomas pelícano, el lagarto de la catedral y los politos de verano, el león de la Metro, los caballos de la Feria, las zapatillas de deporte puma, y pensaba que todos los ratones parecían como el ratón Mikey, los patos llevaban chaquetitas azul, y a todos los canarios les parecía ver un lindo gatito. Afortunada devoradora de libros y documentales en la tele, aprendió mucho de «El hombre y la tierra», «Planeta azul» y «Fauna ibérica», maravillosos programas del desaparecido Félix Rodríguez de la Fuente, que en blanco y negro mitigaba las carencias de muchos niños sevillanos y otros lugares de España. 

            Por una temporada Sevilla tuvo un mini zoo situado en la isleta de los pájaros del Parque de María Luisa, y a parte de las palomas, los pavos reales sueltos por todas partes y algún que otro triste pájaro enjaulado, como exotismo en esos cortos años hubo una pareja de Flamencos donados por la desaparecida fábrica de cerveza sevillana Estrella del Sur. Esos pájaros junto a los callejeros gorriones y los pajaritos de la Alfalfa los domingos, son la única herencia animalística de nuestra ciudad (sin contar ratas, perros y gatos callejeros).

            En Estados Unidos (donde vivo) en todas las ciudades medianamente grandes hay un zoo, y es parte de la vida de la ciudad, de la conciencia ciudadana. Respetar y proteger a los animales. Estas entidades ofrecen una importante oferta cultural para la ciudad, con programas de conferencias y actividades para adultos y niños, colegios, programas con la universidad para investigación etc... El ciudadano tiene conciencia de preservación y cuenta con numerosos miembros que soportan estas instituciones, así como con un buen número de voluntarios (entre ellos muchos jubilados) que pasan su tiempo de ocio en estos lugares. Y aunque no lo crea un recinto lleno de animales es también un negocio rentable.

            Para un americano visitar el zoo de otra ciudad es parte del turismo nacional, del itinerario para ver en otra ciudad, estando a la misma altura que visitar el monumento a Lincoln, un museo de arte o el Gran Cañón. Ir a San Diego y no visitar su zoo es un pecado mortal, probablemente uno de los mejores zoos del mundo. 

            Sobre el espíritu americano del amor a los zoos tengo una anécdota graciosa familiar. Un pariente americano llego a Madrid para visitar a la familia (no fue a Sevilla, pobrecito no sabe lo que se perdió) y mis primos, cicerones muy propios de la ciudad de la Cibeles, le dieron a elegir entre la variada oferta cultural de la ciudad, ya sabe, el Museo del Prado, el Palacio Real etc etc; y este buen señor que se maravillaba de los coches con marchas y que un vate tuviera un chorrito, eligió ir al Zoo. Que me parece muy bien, que cada cual es libre de hacer de su capa un sayo --aunque yo como historiadora del arte considero un crimen ir a Madrid y no ver El Prado-- pero que te da una idea de lo importante que para un americano es visitar un zoo y ver especies locales que no son fáciles de ver en sus tierras de origen.

             Desde aquí hago un llamamiento a la municipalidad sevillana, déjense de proyectos faraónicos, de proyectos ruinosos para la ciudad y pongan un Zoo en Sevilla. Sevilla tiene población suficiente para mantener viable uno, y no digamos nada del turismo de la ciudad. Ya sé que la ciudad tiene otras necesidades, pero esto es una inversión para entretenimiento y educación por generaciones. Háganse un favor a ustedes mismos y sus familias porque es muy triste que la memoria animalística de un niño sean los zapatos gorilas y el león de la Metro.


©  C. R. Worth.  Calhoun, GA. 27- XII- 2000
 

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