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Wednesday, March 30, 2016

La sangre hirviendo





La sangre hirviendo

Su ordenador se había quedado sin alimentación, ya que el transformador que usaba para cargarse de la red eléctrica había dejado de funcionar. Como ambos tenían la misma marca de ordenadores, el cargador era el mismo y servían para ambas computadoras. Él le dijo, «no te preocupes, no gastes dinero ahora en comprar otro, los dos podemos usar el mío».
Así había pasado un mes más o menos, pero ella veía como algunas veces él estaba irritable porque ella estaba abasteciendo eléctricamente su ordenador, a lo que ella dejaba de cargarlo para que él enchufara el suyo.
Habían tenido una tarde maravillosa, un picnic para aprovechar el comienzo de la primavera en uno de esos días calurosos que casi avecinan el verano. Ella llevó su portátil para poder escuchar música mientras disfrutaban del vino, el queso y la fruta sentados sobre el cuadriculado mantel. 
Cuando llegaron a casa, ella sabía que su ordenador estaba a punto de «morir», así que lo primero que hizo fue enchufarlo para recargarlo. Era tarde, y estaban cansados, él se puso a mirar su programa favorito en la televisión (en el que ella tenía cero interés), así que se puso en su ordenador a mirar su correo, las notificaciones de Facebook etc, mientras escuchaba música. De pronto su pareja empezó a hablarle, por lo que ella se quitó los auriculares para oír lo que le decía.
En un tono bastante desagradable él empezó a preguntarle repetitivamente «donde venden cargadores»; sorprendida ella le dijo que si necesitaba cargar su ordenador el suyo ya tenía la batería casi llena y él podía usarlo ahora, pero lo único que hacía era repetir la pregunta y decir que le iba a comprar uno. 
Allí fue el primer momento en el que le empezó a hervir la sangre, ya que hay muchas maneras de decir las cosas. En otro tono le podría haber dicho: «creo que vamos a necesitar dos cargadores, a primero de mes voy a comprar otro, ¿sabes tú donde los venden?», en vez de estar con cara de acelga y, seca y cortantemente, preguntar insistiendo: «¿donde venden cargadores?, ¿donde venden cargadores?».  Desenchufó el ordenador y se acostó cabreada, ya que habían discutido. Él no quería admitir que esas no eran maneras, y que si estaba irritado por cualquier cosa, no tenía que haber descargado su enfado en ella.

A la mañana siguiente se despertó «calentita», no se le había pasado el malestar con él, porque estas cosas son acumulativas, en especial cuando él es una persona que jamás admite que estuviera equivocado, actuara mal, o pidiera disculpas. Decidió quitarse de en medio, no quería estar en su presencia, ni verle la cara;  y se fue a hacer unas compras que tenía pendientes, además de averiguar precios de cargadores. Estaba dispuesta a comprarlo ella misma y no esperar, no quería darle gusto al otro de adquirirle el dichoso cargador y encima tener que estar agradecida.
Averiguó los precios, pero le parecieron un poco caros, así que fue para casa para ver si los podía encontrar online más barato.
Como se había llevado el ordenador con ella para ver si la clavija entraba en el orificio de alimentación, tenía que ponerlo otra vez a cargar. Él entró en la habitación y vio que estaba usando «su» cargador, por lo que pareció que le volvió a molestar.
Dos veces seguidas lo vio con cara de pocos amigos por ella recargar el ordenador. Fue el colmo,  ya que encima, su pareja en plan «hacerse el bueno y el mártir«, va y le dice «tú te puedes quedar con ese cargador, la niña y yo podemos usar el de ella, que es también el mismo».
No lo podía creer, y ¡ahora sí que le hervía la sangre! Salió de la casa sin decir palabra y fue a comprar el dichoso aparato aunque le costara un ojo de la cara. No podía dejar de pensar en los acontecimientos encadenados de la noche anterior y el de hoy; sabía que él había notado lo molesta que ella estaba y seguro que sabía que su actitud no fue correcta, pero jamás lo admitiría…
Y todo había empezado por un maldito cargador, cuando si su ordenador necesitaba recargarse, era porque ELLA lo había llevado para tener con él una tarde romántica con música de fondo. Y encima ¡con lo que le gustaba a él musicalmente, no a ella!

Estaba tan envuelta en estos pensamientos, hirviéndole la sangre, que solo visualizaba como un disco rayado en su mente, las escenas seguidas de las discusiones, y su cara de pocos amigos. No vio el stop de la carretera, y un camión arrolló su coche dejándolo como un papel arrugado.

Finalmente, ante su ataúd, él le pidió disculpas.


© C. R. Worth

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